Más que un simple intento
“En el fondo, la memoria” de Otrocuento cine, es la muestra de que en los Estímulos de arte y cultura una cosa son los tiempos administrativos y otra el tiempo creativo.
Natalia recuerda que su padre le contaba siempre la misma historia. Rumbo a la finca de los abuelos le decía que, debajo del embalse de Guatapé, estaba otro pueblo sumergido. Por eso, cuando arreciaba el verano, aparecía la cruz de la iglesia del Viejo Peñol que les recordaba una historia que ya muchos habían olvidado. Desde el otro lado, Juan David sabía de unos ancianos que estaban muriéndose de nostalgia por el pueblo sumergido, viejos que todas las tardes rumiaban sus tristezas al lado de la represa que les destruyó el lugar de sus recuerdos.
¿Qué es la memoria? ¿Cuáles son los recuerdos que elegimos y qué hacemos con ellos? ¿Es real lo que recordamos, lo que imaginamos, o aquello que dicen que fue? Las preguntas por la memoria siempre han estado presentes en Natalia; Juanda, por su lado, siempre ha hecho tránsito entre la ficción y la realidad a través de la animación.
Ellos aún eran universitarios y vivían juntos la fascinación por el cine. Él pensaba en la animación y en la ficción, ella en el reportaje periodístico, la comunicación para el desarrollo y el documental. A través de la empresa que habían creado con unos amigos, Otrocuento cine, comenzaron a vivir unos años de creación, viajes, experiencias y sueños de hacer cine, de no parar de contar historias. Sueños que construyeron juntos, en una complicidad que terminó en amor.
En el 2009, uno de los años más intensos que tuvo Otrocuento, construyeron el proyecto de documental “En el fondo, la memoria” que buscaba contar la historia del Viejo Peñol y que resultó ganador ese año en la categoría de documental del programa Becas a la creación y a la Investigación de la Alcaldía de Medellín.
Casi 10 años después, Juan David Ortiz y Natalia Villa codirectores del documental, abren la puerta para conversar sobre lo alcanzado y lo pendiente en un proyecto que marcó su transición entre el mundo universitario y el profesional: en el campo de los estímulos a la creación, un asunto es lo contractual y otro son las preguntas artísticas o vitales que se hacen las personas con sus proyectos y que atraviesan el intelecto, el cuerpo y la vida misma.
“El proyecto no puede desconectarse del colectivo que estaba en un muy buen momento de consolidación”, recuerda Juan David. En el 2009 ganaron simultáneamente estímulos y apoyos a través del Fondo para el Desarrollo Cinematográfico (FDC), el Plan Audiovisual Nacional (PAN) y los Estímulos de Arte y Cultura de la Alcaldía de Medellín.
Los reconocimientos fueron un voto de confianza. “Neas créansela, estamos empezando, pero somos buenos”, recuerda Juan David que le decía a sus amigos en esos días en los que comenzaron a hacer producciones audiovisuales para terceros, y a materializar los guiones que tenían por contar. Otrocuento comenzó con Juan David Ortiz, Natalia Villa, Felipe Vanegas, Camilo Monsalve Ossa y Carolina Calle, a quienes luego se les sumó David Quiroz, juntos le hicieron honor a su nombre y a su lema de “Lo real imaginado”.
Pronto llegaron los aprendizajes. Uno de los primeros fue “En el fondo, la memoria”: aunque cumplieron con lo administrativo y cerraron el proceso con la Alcaldía, “lo que terminamos no fue lo que soñamos”, dice Juan David. Toda la fuerza de sentirse directores por primera vez, de dar el salto hacia la profesionalización, y de contar una historia propia terminó, como recuerda Natalia, en una decepción.
Procesos creativo-administrativos
En el tráiler, las voces comienzan a contar la historia de un pueblo que ya no existe pero se insinúa en los recuerdos que toman forma de vinilos, máquinas de coser, radios y fotografías. Memorias de ese pueblo que existió hasta 1978 y que trasladaron para dar cabida a un embalse que lo destruyó todo.
“Los recuerdos no pasan, los recuerdos siguen. Y ya uno lleva tiempo de estar aquí pero siempre recuerda a su pueblo. A su pueblo viejo”, dice en el video uno de los protagonistas del documental “En el fondo, la memoria” que solo se ha presentado una vez al público, en un primer corte que exhibieron durante la Fiesta del Libro y de la Cultura del año en el que ganaron el estímulo.
Juan David habla de tres factores que jugaron en contra: un proyecto ambicioso, la poca experiencia y un contrato (beca) de muy corto plazo. “Nos ganamos el estímulo porque hicimos una muy buena investigación. Sin embargo, nos jugó en contra el poco tiempo de desarrollo y terminamos madurando biche el proyecto”, reconoce.
Los tiempos creativos no coinciden muchas veces con los tiempos contractuales. En el área de la música, por ejemplo, el interventor Luis Carlos Moreno ha logrado identificar varios tipos de ganadores: “algunos lo sufren desde el principio porque realmente sus proyectos están en ceros, otros están muy cómodos porque ya tienen adelantada la mayoría del proceso creativo, y los últimos llegan a decirme, en conversaciones de pasillo, que no pensaban que se lo iban a ganar pero asumen la responsabilidad y lo toman como una aventura”, dice este licenciado en educación musical de la U de A. con maestría en artes digitales.
Natalia Riveros, que se ha desempeñado como abogada de los Estímulos dentro de la Secretaría de Cultura y hoy es consultora del programa, reconoce que han identificado a personas expertas en formular proyectos que son menos buenas al momento de materializarlos, y personas muy buenas en la ejecución, pero sin formación para plasmar sus ideas en el formato de proyectos.
La falta de conocimientos administrativos les cierra puertas a muchos artistas y colectivos dentro del Programa de Estímulos. Entre el 2014 y el 2018, por errores en la documentación fueron rechazados aproximadamente 2 de cada 10 proyectos postulados. Así, en el 2017, de los 2.572 proyectos que llegaron al programa de Estímulos, solo 518 alcanzaron las manos de los jurados. “Al sector le hace falta aprender a hacer proyectos culturales”, añade poniendo el énfasis en algunos gremios como el circense y el de artistas callejeros que, a su juicio, necesitan un mayor apoyo estatal en este aspecto.
Pero, ¿habrá personas especialistas en presentar proyectos que no tienen la intención de materializarlos? El interventor Luis Carlos Moreno dice que, entre la propuesta y su materialización, hay un acto de fe por parte de los jurados “que surge de la trayectoria de los participantes: en lo académico desde la hoja de vida, y desde los anexos para saber qué recorrido y qué otras creaciones tienen”.
Hasta ahora, la confianza ha salido bien librada. Según David Quintero, quien trabajó en el Programa desde el 2014 y fue su coordinador entre el 2016 y el 2017, él solo tiene memoria de un incumplimiento en la historia de los estímulos. “Ese incumplimiento fue un precedente porque nunca había sucedido. Ni siquiera estaba muy bien caracterizado: no había un procedimiento claro de cómo se hacían los trámites por una situación como esta”, recuerda David. Natalia Riveros, por su parte, contó la historia de un segundo incumplimiento: un músico que ganó una circulación internacional pero nunca viajó porque le negaron la visa.
Jurídicamente los incumplimientos evidencian el limbo de interpretación jurídica en el que viven los Estímulos al arte y la cultura en Medellín. En la misma Alcaldía existen visiones distintas frente a la manera como deben comprenderse estos apoyos: la Secretaría de Cultura defiende la figura de estímulos, mientras la Secretaría General los entiende en una figura más cercana a un contrato con el Estado.
Más allá de asuntos legales, los proyectos que se presentan a estas convocatorias tienen el carácter de creativos y, como dice Maria Rosa Machado, actual directora de Cultura de Comfenalco, el proceso creativo no es una máquina con ISO 9001. “No toda la producción creativa ni todas las becas a la creación llegan a un producto satisfactorio, terminado. Esa es una posibilidad válida porque es un proceso absolutamente del ser”, puntualiza la exsubsecretaria de cultura.
En el fondo de la memoria
“¿Sí son capaces de hacer todo lo que están prometiendo?”, fue una de las primeras preguntas que les hizo Alejandro Cock, documentalista y docente que fue su asesor en los aspectos creativos del proyecto. Él, recuerdan Natalia y Juan David, se entusiasmó mucho con la manera como querían contar la historia: un documental que iba y venía entre la animación y las imágenes realistas, y por eso aceptó la propuesta de asesorarlos.
Pese a la duda con los tiempos, él siempre creyó en la historia y les dedicó varias de sus noches para visualizar cortometrajes, documentales y referentes que les llenaron de ideas la cabeza a Juanda y a Naty, quienes no querían hacer un docu convencional.
Natalia ya tenía el contexto de dos meses de viajes semanales a El Peñol en los que conversó muchas veces con quienes habitaron el pueblo sumergido. Juanda recibía cada ocho días sus historias, y juntos iban construyendo el universo creativo del documental. De esas conversaciones de viaje surgió la idea de que Alejo García compusiera la canción del docu, que lleva por nombre Profundo Olvido, incluida en el álbum Americanito.
A los dos meses de haberles adjudicado el estímulo reconocieron que no iban a terminarlo en el tiempo de la beca y que por eso entregarían una primera versión. Continuaron las pruebas de animación y editaron el primer corte del documental con los 4 días de grabaciones que habían hecho con los habitantes del Viejo Peñol y de los que se logra ver su factura en el tráiler que sobrevive en la red.
Alejandro Cock, al ver el corte, les hizo observaciones y les propuso sacar personajes que le quitaban fuerza a la historia. Natalia recuerda de ese tiempo que aún no era capaz de desprenderse de los entrevistados, y que Juanda le decía que debía tomar distancia para contar la historia de la mejor manera posible.
La vida más allá de la beca
Primer corte, imagen gráfica, varias copias de la historia en DVD y postales. Los videos del detrás de cámaras del rodaje. Cierre contractual del proyecto. Alejandro Cock, que en otro tiempo y aprovechando su experiencia como buzo, se había sumergido en las aguas de la represa de El Peñol para ver lo que quedaba del pueblo, les decía, casi que les hacía prometer, que terminaran el documental.
Para Juanda y Naty el proyecto continuó. La ambición del principiante, que lo quiere abarcar todo en su primer intento, tuvo consecuencias. Juanda no se arrepiente. “Ser ambicioso no es peligroso, de eso se aprende. Ahora, a los proyectos de producción me tiro con mayor conocimiento de causa”, señala. Después de todo, con o sin beca, la historia iba a seguir en el tablero de las historias propias por contar de Otrocuento.
“En el fondo, la memoria” estuvo vivo durante casi dos años después de la beca. Juan David lo presentó para que se lo validaran como un módulo en su carrera de diseñador, y así continuó con los ensayos de animación. Con Natalia decidieron postularlo a los estímulos del Fondo para el Desarrollo Cinematográfico de Colombia, y no pasaron.
“En esa época teníamos la necesidad de que Otrocuento funcionara económicamente y por eso nos metimos con otros proyectos, no dejábamos de hacer lo comercial”, dice Natalia. La relación entre los dos –que vivieron un amor intenso atravesado por el cine– fue resquebrajándose y languideciendo. Lo mismo le sucedió al proyecto.
“¿Vos cómo le decís a tu tutor que es que acabaste con la novia, la codirectora y que no te querés ver con ella, aunque la producción tiene que seguir?”, recuerda hoy Juanda de ese 2010 en el que la tensión entre los dos se acrecentó: ella quería mostrar lo que tenían, especialmente a las personas que les habían dado su testimonio. Él consideraba que el proyecto aún no estaba listo y quería seguirle trabajando.
“Lo que se premia no es lo que se termina. En estas becas se le da la plata a una posibilidad, no a una certeza. Son procesos que pueden ser fracasos artísticos y creativos”, añade Juan David quien intentó revivir el proyecto, y viajó con él en marzo del 2011 al Doculab del 26° Festival Internacional de Cine de Guadalajara.
En México, a los asesores les gustó la historia pero destrozaron el primer corte. Para Juan David ese fue el momento de reconocer que no era el tiempo del proyecto.
Natalia ya ni recuerda cuándo fue que dejó de insistirle –casi que reclamarle– a Juan David que le hicieran al menos una devolución a las personas de El Peñol con el primer corte que tenían. “A veces que conversamos, decimos que ‘En el fondo, la memoria’ quedó en el fondo de la memoria: allá, sumergido, abstracto y difuso. Todo esto fue prácticamente un duelo”, reconoce Juan.
Sin embargo, siguieron juntos como productora durante un tiempo más. Se movieron mucho, produjeron mucho: promocionales, animación, cortometrajes; videoclips y proyectos de comunicación para el desarrollo.
Otrocuento cerró sus puertas en el 2015. De ese grupo salieron directores de foto, animadores, escritoras, cronistas, viajeros y documentalistas. Jóvenes que se arriesgaron a contar historias, asumieron el riesgo de lo incierto y, 10 años después, siguen sus vidas creativas.
“Para mí la puerta de ese proyecto no está del todo cerrada. Yo creo que podría hacerse una segunda parte, reinterpretarla y cogerla de otra manera”, dice Juan. Para Natalia, la expectativa es menor: “se trata de entender que todos los finales no son los que se esperan, que hay finales imprevistos, otros abiertos, y otros que aún siendo finales dan la idea de estar inconclusos”.
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