Contra una arquitectura antipática – Por Juan Miguel Gómez
Los espacios son creación humana, disponerlos para el disfrute real requiere profesionales en la calle, con la gente, conversando. El autor no solo confronta a los arquitectos y la historia, también a todos aquellos que planean las ciudades desde sus escritorios.
Por Juan Miguel Gómez
La arquitectura construye imaginarios espaciales desde la forma y la técnica material. Los edificios muchas veces se hacen desde los escritorios de los arquitectos y cuando llegan a su lugar de implantación no se comportan como sus diseñadores se lo imaginaban. En otras ocasiones las piezas arquitectónicas son fronteras de conflicto porque generan desplazamientos, interrupciones o introducción de necesidades que la comunidad no tenía. Es como ganarse un televisor y no tener energía eléctrica para su funcionamiento, se debe conseguir energía para disfrutarlo o se convertirá en un objeto sin uso.
La arquitectura puede aportar más instrumentos y experiencias colectivas en la construcción de imaginarios de ciudad, de país y de región, por ejemplo en la construcción de imaginarios de paz para un posconflicto, y tejer el espacio de convivencia en medio de la polarización. Pero estos aportes se deben construir desde la disposición de los arquitectos a transformar los procesos antipáticos de la producción tradicional de la arquitectura y salir a la calle a hacer el espacio desde la experimentación colectiva de dibujar y hacer con las manos la arquitectura. Pasar del diseño de los formalismos arquitectónicos a formas de producción solidarias, colaborativas, bajas en costos, recicladas, autoconstruidas y celebradas y acogidas porque se hacen entre todos.
La propuesta es construir un manifiesto progresivo, que vaya desarrollando asuntos sobre el deber ser y el quehacer de los arquitectos hoy pero que tiene el objetivo de abrir los procesos de la arquitectura. La arquitectura antipática es el pasado presente de los edificios y los autores, de la historia y la crítica. Pero hoy precisamente estamos en un momento de coyuntura donde los arquitectos comprometidos con la disciplina y la sociedad deben revaluarla y reformularla, construir sobre lo construido.
El manifiesto es progresivo porque abordará pequeños asuntos que pueden abrir el debate y la construcción de complicidades para pasar a la acción contra una arquitectura antipática.
La arquitectura puede ser más que la historia de los edificios y sus autores
Hoy el arquitecto es un sujeto que tiene la fortuna de sufrir un trastorno de identidad. Trastorno que le permite abrir la reflexión del deber ser y el quehacer de la profesión en la sociedad, el medio ambiente, entre otros asuntos. Es un sujeto que hoy pierde su imagen única de creador y está configurando diferentes imágenes de su función social. El arquitecto hoy está buscando otras subjetividades para sustentar su quehacer. Y en esa búsqueda de identidad aparecen otras.
La primera identidad es la de un historiador indignado, que lucha contra la historia antipática de la arquitectura; su causa es la revisión histórica que le permite ser un conocedor de la disciplina y profundiza en la búsqueda de subjetividades que revolucionaron algún momento, asuntos críticos, coyunturas, hitos.
Las arquitecturas representan los imaginarios sociales del poder (las hegemonías), por eso el papel de la arquitectura en la historia ha sido el de la memoria de la forma espacial que representa el progreso social, técnico, económico y cultural. Cada época tiene una necesidad específica que la arquitectura vuelve tipos de construcciones. Ya lo decía Walter Benjamín: “Casi todas las épocas, según sus disposiciones internas, parecen desarrollar un problema constructivo determinado: el gótico las catedrales, el barroco el castillo, y el incipiente siglo XIX, con su tendencia retrospectiva de dejarse impregnar por el pasado, el museo” .
En la modernidad las ideas de arquitectos como Le Corbusier (1887-1965) representaban el espíritu de la época, la industrialización, la construcción prefabricada, el automóvil, las carreteras, el avión, en términos generales las máquinas y el poder económico que podía desarrollar el capitalismo. Eran ideas que construían un imaginario nuevo sobre la ciudad que buscaban en su momento, ordenarla y también reconstruirla en los momentos de posguerra.
Walter Benjamin describe las ideas de ciudad del suizo Le Corbusier como “un nuevo complejo urbanístico junto a una carretera principal, donde circulan automóviles” y aterrizan aviones. Son imaginarios que representaban el progreso social que permitía el poder de la época industrial.
Le Corbusier es un ejemplo del arquitecto moderno que abre la oferta y la demanda de la arquitectura global, la arquitectura como marca y la figura del arquitecto en el mercado de la especulación urbanística que construían y ordenaban las ciudades, los modelos de ciudad, arquitectos que trabajaban para la industria tabacalera, la industria automotriz y para los gobiernos. Antes el arquitecto trabajaba para la iglesia, luego para la monarquía y en la modernidad para los industriales, pero con la oferta y la demanda del mercado capitalista el poder cambia o se pluraliza en diferentes poderes que controlan el mundo.
Esta rápida introducción histórica nos permite caracterizar lo que ha representado la arquitectura y el arquitecto al servicio del capital de la siguiente manera: 1. Un cliente que tiene suficiente dinero para pagar el servicio de diseño de un tipo de edificio, por ejemplo: una casa, una bodega, un aeropuerto, un museo. 2. Un arquitecto. Entre más clientes tenga el arquitecto más edificios puede diseñar y construir, entre más construya más famoso se volverá el arquitecto trayendo más clientes y más proyectos. Este es el statu quo de la arquitectura hoy como profesión liberal, esta ha permitido que críticos e historiadores construyan la historia de la arquitectura en el esquema autor – edificio.
La primera instancia antipática de la arquitectura es la historia porque es una historia de unos pocos para otros pocos, construyendo la tradición de la disciplina, definiendo el deber ser del arquitecto y su función social elitista. Un ejemplo de lo antipática que es la historia de la arquitectura es el papel de la mujer, si revisamos podemos notar que la historia de la arquitectura es una historia de hombre para hombre.
El historiador indignado propone otra mirada de la historia, revisándola, abriéndola, relacionándola, poniéndola al propósito de algo, dándole una intención precisa, revolucionando la tradición para hablar hoy de las historias de la arquitectura.
Otra identidad es la del arquitecto geek. Este abre su espectro de acción al ritmo de los avances tecnológicos de la comunicación. El espacio web se convirtió en el nicho donde los arquitectos se pueden encontrar la energía creativa que los libros y las universidades nunca podrán transmitir, incentivar y activar para el debate sobre la arquitectura. Son arquitectos que circulan por la web buscando aliados y páginas que invitan a colaborar para construir contenidos y proyectos.
El arquitecto geek está en constante búsqueda de alianzas y se enmarca en la visión ética del conocimiento abierto. Actúa en red, por eso su arquitectura es la del proceso, donde se experimenta la apertura a otros formatos de representación; el video, por ejemplo, es ya una herramienta que el arquitecto usa para representar en el espacio, el video de arquitectura como proyecto espacial, como acción crítica en el espacio, para documentar experiencias de construcción, el video como memoria.
El arquitecto se preocupa por la documentación de todo el proceso desde la planeación, gestión, construcción y la agenda programática. Esa nueva obsesión, el culto al proceso, lo que permite es abrir el formato del proyecto de arquitectura. Esto en el entendido de que “el espacio (social) no es una cosa entre las cosas, un producto cualquiera entre los productos: más bien envuelve a las cosas producidas y comprende sus relaciones en su coexistencia y simultaneidad, en su orden y/o desorden (relativos). En tanto que resultado de una secuencia y de un conjunto de operaciones, no pueden reducirse a la condición de simple objeto” (Lefebvre, 1974). Y la manera de narrar estos proyectos exige un orden de la información que permita entender los procesos, cómo se hacen las cosas (metodologías) y abrirlas para que otros las retroalimenten.
Según Marx, “la producción capitalista tiene, históricamente y lógicamente, su punto de partida en la reunión de un número relativamente grande de obreros que trabajan el mismo tiempo, en el mismo sitio (o, si se prefiere, en el mismo trabajo), en la fabricación de la misma clase de mercancías y bajo el mando del mismo capitalista… La forma de trabajo de muchos obreros coordinados y reunidos con arreglo a un plan en el mismo proceso de producción o en procesos de producción distintos, pero enlazados, se llama cooperación”. La apertura de subjetividad gracias a la comunicación contemporánea desarrolla otras coreografías de producción y otra relación con el capital. Esta es la base que diversifica los formatos de proyectos que hacen los arquitectos, estos proyectos se caracterizan por la preocupación, primero, por lo local y segundo por la relación con lo global; proyectos de arquitectura de escala pequeña, comunitarios, autogestionados y autoconstruidos, proyectos sin ánimo de lucro o de visión económica solidaria. Cooperaciones que no están pensando en la competencia mercantilista, sino en las colaboraciones solidarias de una red contingente.
Estamos en la búsqueda de distintas formas de hacer arquitectura más allá de la praxis tradicional del proyecto y la construcción: activismo social, arquitecturas temporales, exposiciones, instalaciones, acciones, cine experimental y documental, webs y blogs (Montaner, 2015). Hablamos de procesos de producción menos antipáticos, el conocimiento abierto, el competir es una manera de hacer resistencia a la competencia promovida por el capitalismo. La web abre la subjetividad sobre otras maneras de hacer las cosas, de hacer arquitectura.
El historiador indignado se pregunta sobre la figura del arquitecto en la sociedad, para reevaluar el deber ser del arquitecto según la tradición. El arquitecto geek expande su espectro de acción experimentando otras formas de hacer según las necesidades y las posibilidades de la tecnología de la comunicación. Estas dos identidades hacen al nuevo arquitecto inquieto, inconforme, con deseo de establecer resistencias y proponer nuevos imaginarios, por ejemplo, en la construcción del espacio común, de la cotidianidad, de la ciudad. Un arquitecto con una nueva actitud ante el espacio.
Los colectivos de arquitectura son un ejemplo de los fenómenos que caracterizan el inicio del siglo XXI, potenciado por las crisis y las transformaciones, es la eclosión de numerosos colectivos de jóvenes que cuestionan la práctica profesional jerárquica convencional, buscan nuevas praxis, métodos, procesos y encargos (Montaner, 2015). Los colectivos de arquitectura son organizaciones sociales que muchas veces no inician como un modelo de negocio, sino como la unión de inquietudes y afinidades comunes, desarrollan una identidad colectiva que los representa como grupo. Casi siempre colaboran con otras organizaciones sociales como colectivos de teatros, juntas vecinales, grupos culturales. Los colectivos de ciudad no hacen modelos de ciudad como los urbanistas modernos, sino que hacen un urbanismo táctico que desarrolla estrategias espaciales a escala comunitaria. Arquitectura micropolítica que representa el poder de la resistencia comunitaria.
Hacer historia hoy
Arquitectura de formato comunitario. El proyecto de pequeño formato soluciona necesidades específicas y ofrece soluciones reproducibles, duplicables, en red. Podemos encontrar referentes históricos como los pequeños espacios públicos realizados en Ámsterdam por el arquitecto Aldo Van Eyck y las organizaciones comunitarias que autogestionan proyectos arquitectónicos como Campo de Cebada en España o las intervenciones espaciales de la Red Arquitecturas Colectivas. Ambas son una pequeña muestra de las posibilidades que tiene un joven arquitecto para desarrollar su vida profesional, y el compromiso social que estos proyectos están asumiendo con la sociedad. Por esto las coreografías productivas de la arquitectura comunitaria son procesos a la medida, como una arquitectura de la acción que nace desde el instinto, la que no planea demasiado, y no “pierde” tiempo en teorizar ni comerse la cabeza (Agnieszka Stepien, 2014).
La arquitectura comunitaria integra al arquitecto como uno más de la comunidad, del lugar, como un productor y no como un autor, en experiencias de autoconstrucción donde se combinan técnicas y conocimientos populares con conocimientos académicos que permiten mejorar los esquemas de producción de la arquitectura y la construcción de la memoria afectiva del espacio (lo hicimos juntos), haciendo que la arquitectura no sea algo impuesto como un objeto nuevo en el espacio, sino que el espacio toma forma por la energía colectiva de la comunidad.
La arquitectura comunitaria es la documentación del proceso, porque así se puede compartir el conocimiento y tejer redes de cooperaciones. También la documentación representa la alternativa rigurosa de esta manera de hacer arquitectura. La arquitectura comunitaria que circula por todo el mundo no es un estilo porque su experimentación no es la forma del objeto, es más bien una metodología de experimentar la forma de producción que se refleja en la documentación de la experiencia.
Hacia una arquitectura comunitaria
Michel Foucault, en El orden del discurso, afirma que “la disciplina es un principio de control de la producción del discurso. Ella le fija sus límites por el juego de una identidad que tiene la forma de una reactualización permanente de las reglas”. La arquitectura como disciplina está hoy en constante reactualización de las reglas, un proceso en el que aparecen otros formatos de proyectos que exigen volver a reflexionar sobre el deber ser y el quehacer de lo que hasta la actualidad conocemos como arquitectura.
Bruce Lee en una entrevista en 1965 repitió a John Little un diálogo de su personaje en la serie Longstreet: “Abandona las formas, como el agua, si viertes agua en una taza se convierte en la taza, si viertes agua en una botella se convierte en la botella, si viertes agua en una tetera se convierte en la tetera. El agua puede fluir o puede golpear. Sé cómo el agua, amigo mío”. El arquitecto puede ser como el agua: fluir y estar en capacidad de construir otras formas de la arquitectura, por ejemplo, desde las mismas formas de la producción.
Una arquitectura menos antipática cambia el formato tradicional de edificio y expande el quehacer del arquitecto al diseño de una invitación. ¿Cómo lo podemos hacer juntos? Mejorando la técnicas de participación de la comunidad en la proyección de sus espacios y el desarrollo de la arquitectura como representación de la energía colectiva que hace su lugar en el mundo, y no la hegemonía económica y social de los que todo lo pueden comprar.