Del campo a la ciudad-campo – Por Estefanía Marulanda
Agricultura urbana. De las formas de volver a jugar con tierra y hacer con ello más amigos y un mejor entorno. La autora nos cuenta cómo su sueño de tener albahaca en su casa de la ciudad la llevó a conectarse con otros que buscaban lo mismo: cambios.
Autora: Estefanía Marulanda
Recuerdo que cuando era niña en la casa de mi abuela, en Jardín, sonaban las campanas de la iglesia anunciando cada cuarto de hora. También recuerdo los días tranquilos, las noches frías y las estrellas fugaces infinitas. No llegué a vivir allá mucho tiempo porque mis padres se vinieron a estudiar a Medellín, pero viajábamos cada periodo de vacaciones y casi todos los puentes. Allá vivían mis dos abuelas en casas grandes, con todo tipo de flores acompañando sus existencias. Aún puedo sentir el olor de la tierra húmeda después de los aguaceros y la tranquilidad de la vida en el campo. Recuerdo los solares, donde tenían cebolla de rama para los aliños, cilantro para las sopas y brevas para hacer dulce. Todo eso me parecía muy normal, pero al llegar a la ciudad me di cuenta de que aquí no había espacio para tener las plantas que teníamos en el campo y poco a poco nos fuimos olvidando de eso. Varios años después, por la necesidad de tener a la mano algunas plantas, le pedí a una tía que me regalara unas. Comencé con albahaca, que crece rápido, y con cilantro. Era la primera vez que sembraba algo con mis propias manos y fue realmente mágico. Poco a poco comencé a ver también en los jardines de los vecinos algunas de las plantas que cultivaban mis abuelas y me alegré en silencio de que recordáramos esa esencia.
Por cosas de la vida me vine a vivir a la Comuna 12 de Medellín y a los pocos meses comencé a trabajar en gestión social y cultural en la biblioteca del barrio La Floresta, cerca de mi casa. Cuando llegué descubrí una huerta en una de las jardineras, era de la Mesa Ambiental de la Comuna 12. Después me enteré de que allí se reunía un grupo de personas los lunes a las cinco de la tarde desde hacía varios años. Comencé entonces a participar en la Mesa como parte de mi trabajo pero también como parte de mi vida, quería conocer más sobre el tema del medio ambiente y lo que las personas estaban haciendo en el territorio.
En la Mesa participaba, entre otras personas, Javier Burgos, amante de la agroecología y del trabajo en comunidad, un ser humano en busca de cambios planetarios. Esa misma semana visité la huerta de la Casa de la Cultura Los Alcázares, proceso que luego tuvimos la oportunidad de conocer en detalle. Y digo tuvimos porque empecé a conocer, por medio de los procesos culturales y medioambientales de la zona 4 (centroccidental) de la ciudad, a un grupo de personas, muchos integrantes de la Mesa Ambiental de la Comuna 12, que se reunían a compartir alrededor de la siembra y de la alimentación, un grupo de amigos interesados en la agricultura urbana. Comenzamos a ir a cada espacio por la necesidad de reconocer los procesos de cada uno en el territorio, visitamos cada porción de terreno, que cada uno a su manera se tomó como suyo para crear, o más bien, para producir unas relaciones íntimas con lo de afuera y lo de adentro.
Las motivaciones universales
Cada ocho días el encuentro era en un lugar distinto. La primera reunión en la que estuve fue en la casa de Franz Mandjik, alemán amante de la cocina, casado con Claudia, colombiana, quien también participa en el proceso de las huertas con su nieto. Franz cada vez nos sorprendía con su comida y con su olla, una herencia de su cocina familiar que trajo desde su país.
Encontrarnos a sembrar, a compartir semillas y a cocinar los alimentos nos permitía hablar sobre economías solidarias, nutrición, prácticas ambientales, artísticas, sobre la descomposición de la materia y la vida misma, sobre las experiencias de cada uno. Al mismo tiempo, nos permitía conocer y reconocer a los otros que también están construyendo los territorios que siempre hemos habitado, acercándonos y reconociéndonos con el resto del ecosistema: el agua, las plantas, los animales…
En una huerta el trabajo es transversal, todo se puede hacer, como Hip Hop Agrario de las iniciativas Agro Arte, Semillas del Futuro y Unión entre Comunas liderada por el Aka, músico y activista, y los diferentes colectivos de jóvenes que han sido una inspiración para creer que es posible sembrar y recoger nuevos frutos, siempre. Allí se comienza a reconocer el poder de las plantas como resistencia al conflicto, donde la siembra reconfigura, restituye y recompone.
También nos motivaron otras experiencias, locales e internacionales, enfocadas en la permacultura, la agroecología y la alimentación, y mediante las cuales hemos podido imaginar otras posibilidades de ser y habitar este planeta. Algunos de estos referentes nos dieron la posibilidad de pensar en la agricultura natural como el caso del japonés Masanobu Fukuoka, biólogo, filósofo y agricultor que nos dejó comprender una filosofía de vida que está conectada con la naturaleza misma que somos, donde el control de plagas, por ejemplo, no se realiza fumigando con agroquímicos, sino por medio de otras plantas que dan vida a un microcosmos en el que la biodiversidad favorece el equilibrio. El equilibrio, uno de los principios más importantes.
Mientras nos familiarizábamos con términos que no conocíamos, otras personas comenzaron a compartirnos sus conocimientos, saberes y experiencias tanto en la cocina como en la siembra, y también sobre los diferentes cuidados que debe tener una huerta. Hicimos encuentros comunitarios de arte, música, tejidos, siempre alrededor de la comida.
¿Lo aportante? ¿Lo importante? Las huertas urbanas son un proceso de territorialización, desterritorialización, de legalidad y de autonomías. La huerta es una excusa para compartir y comenzar un tejido planetario. Por eso creemos que es fundamental encontrarse con el otro para poder disfrutar de las microscopías. Es un pretexto para que, como humanos, rompamos las barreras asociadas al concepto de vecindad y podamos reconfigurar la confianza y el amor propio, el aprendizaje y la enseñanza, el hecho de compartir el alimento y que el alimento nos permita ver que hay otras formas de sabernos como parte del mismo organismo que se complementa, se coproduce, se vive, se habita y se recompone en un paisaje distinto. Vale la pena que seamos conscientes de esto así sea por un instante.
Desdibujarnos nos permite reconocernos en los territorios de los que hacemos parte, y dibujarnos, trazarnos unos recorridos en un mapa, nos deja conocer los lugares que vivimos todos los días, pero pensados de otra manera. Destrazarnos, reconocernos, interesarnos.
Cuando sabemos lo que comemos podemos ser conscientes de otros procesos internos y externos. Y “todo el que coma” hace parte de la Red de Huerteros, como dice Javier Burgos cuando alguien le pregunta: ¿Quién puede participar de este proceso?
Cada uno de nosotros comenzó una huerta en las jardineras, en los balcones o patios de sus propias casas sin saber que ese proceso iba a tejer un Espacio de Conexión Vital —como fue bautizada la huerta de Javier Cardona, experimentador y amante de la agricultura, cocinero y panadero que ha estado desde el principio experimentando y enseñando—, un espacio muy de acuerdo con Javier cuando dice que el trabajo con las huertas es algo que está del lado de la vita.
Siempre estamos en un proceso de movilidad. Infinitamente. En ese sentido y en otros aún no contemplados aquí, se puede comenzar entonces a hablar de algo que creemos casi siempre ajeno a nosotros mismos.
Al principio los vecinos se resistían a cambiar las flores por lechugas, pero se fueron dando cuenta de la importancia del proceso y de la posibilidad de tomar lo que necesita y compartir lo que nos gusta. También fueron aprendiendo a disfrutar la vista de las plantas y los insectos a través de un microscopio casero que se instaló en uno de los huertos por iniciativa de Ricardo García, un curioso inventor, apasionado por la siembra y experimentador alrededor de las necesidades de las huertas, fotógrafo incansable por mostrar lo que sucede en los diferentes encuentros y que, a pesar de su timidez, siempre está haciendo relaciones con otros humanos.
Pasaron varias cosas al tiempo, todos los días más personas querían participar de las activaciones que se realizaban. Entonces se convocó al primer Ciclo Tour huertero y taller de mapeo colectivo. En esa ocasión nos visitó Severin Halder, un joven alemán interesado en el proceso que estábamos tejiendo en esta ciudad, con experiencia en mapeos colectivos y huertas, amigo de Maria Cristina Moncayo, una de las personas que ha asesorado y participado con toda su experiencia y amor en la Red de Huerteros desde el principio, visionaria que por esas fechas estaba haciendo el doctorado en Agroecología en la Universidad de Antioquia, y amiga de Javier Burgos. Y quiero poner nombres propios porque me parece importante mostrar que todo es un proceso colaborativo, que al fin y al cabo somos amigos de amigos y personas que se han hecho amigas en estos procesos, que en cualquier lugar del mundo hay unas personas que están trabajando para que sus entornos cercanos y lejanos puedan reconfigurarse, que no hay que conocerse antes y que es posible hacer amigos para toda la vida. Y, sin desconocer los procesos naturales de las relaciones entre humanos y las diferentes violencias a las que todos hemos estado sometidos, creo que por primera vez todos los que estamos y lo hemos vivido podemos decir que las diferencias no han sido una barrera sino una herramienta de construcción. De hecho en uno de los últimos encuentros tuvimos la oportunidad de reunirnos al final a conversar un rato y recuerdo que Javier Cardona dijo algo así: “Es la primera vez que no me siento incómodo ante la palabra parce”. Ese día estábamos una diez personas sentadas hablando, todos de diferentes edades y orígenes. Nos pusimos a analizar el comentario de Javier y nos dimos cuenta de que ya no nos incomodaban ese tipo de cosas porque habíamos podido conocer al otro y saber que teníamos el mismo amor por la tierra.
La importancia de sabernos en un mapa y de reconfigurar los procesos
Por muchas razones queríamos salirnos de la idea zonal administrativa que configura otro tipo de relaciones territoriales, que muchas veces son limítrofes y no de expansión. Y precisamente el hecho de definir unas rutas de expansión de la materia nos ha permitido darnos cuenta de que el proceso lo que busca es brindar estrategias que ayuden a otras personas a consolidar sus propias ideas, según sus propias necesidades.
Nos dimos cuenta de que visibilizar las propuestas y labores de cada uno nos permite sabernos a nosotros y a los otros como productores de cambio, de memoria, de sensibilidad, de enseñanza y de aprendizaje constante. También poder comenzar a tejer nuevas relaciones de cooperación. Conociendo los procesos de los otros que, aunque no tienen las mismas prácticas, se forjan en un mismo sueño y entran a confluir en un intercambio de saberes.
A través de esos ejercicios pudimos conocer el proceso del Aula Ambiental de la plaza de mercado de La América, por medio de Germán Tobón, uno de los pioneros del tema ambiental en la zona 4, apasionado por todo lo que tiene que ver con las plantas, secretario actual de la Mesa Ambiental de la Comuna 12 y quien ha acompañado el proceso de la Red de Huerteros. Igualmente conocimos a Sandra Rodas, actual coordinadora de la Mesa Ambiental Comuna 12, con muchos conocimientos en el tema ambiental y apasionada por las huertas, quien hizo una huerta en forma de mandala junto con su vecina Dorita, una mujer muy sensible que conocía la historia de todos estos barrios. Recuerdo cuando nos contaba cómo era la quebrada La Hueso cuando aún era cristalina y tenía pececitos de colores. En la huerta bautizada con su nombre se desarrollaron varios encuentros comunitarios.
Ante la necesidad de repensar las maneras en las que estamos habituados a vivir, es importante primero preguntarnos acerca de nuestros entornos cercanos. Es necesario abrir los ojos a nuestro alrededor y darnos cuenta de lo que está en frente nuestro pero que a veces es imposible de ver con claridad. Solo cuando podemos sabernos dentro de un territorio, cuando nos hacemos parte, o mejor, cuando nos damos cuenta de que siempre hemos sido parte de un organismo vivo, podemos entonces saber que existen muchas iniciativas locales trabajando en las comunidades, poniendo en práctica eso que la institucionalidad muchas veces ha hecho desaparecer, comunidades que llevan años “en una resistencia silenciosa”, como dice Javier Burgos, cofundador de la Red de Huerteros.
Video 1
¿Y si nos damos cuenta de que somos muchos los que queremos un cambio planetario?
Hacerse una idea de lo que somos como organismo vivo
Las huertas urbanas sostienen en el tiempo las sensibilidades de antaño. No han pasado muchos años desde que se fundaron las grandes ciudades y dejamos de sembrar. Aun así son por lo menos tres generaciones las que se sienten ajenas a la tierra. Con las dificultades que la humanidad experimenta en esta época, es posible vislumbrar algunos cuestionamientos que le brindan a la conciencia algo que podría desencadenar cosas que se suman a la vida. Ver los ojos de los niños que vuelven a conocer las mariposas y las abejas (que están desapareciendo) o la germinación de una semilla son las simples cosas de la vida, las más obvias. La ceguera colectiva se expande de acuerdo a las circunstancias.
Ángel, el hijo de Javier Burgos, es un niño sensible e inteligente, con muchas ganas de aprender de todo lo que el mundo está por enseñarle, y Diana, su madre, que también nos han acompañado desde el principio, nos han compartido una manera de ver el mundo en la que los niños y los adultos pueden y quieren conocer más de cerca las cosas.
También recuerdo a Liver Alberto Aguirre, artista, fotógrafo y hortalero urbano, quien también con sus hijos Lupe y Sebastian participó desde el principio. Fundador de la huerta El Guayabo, una de las huertas más grandes de la Red; un referente importante donde toma sentido habitar los espacios abandonados y olvidados de la urbe, donde se han empezado a materializar los sueños de una ciudad distinta y en la cual se han realizado encuentros y talleres.
Cuando estuve trabajando en gestión social y cultural conocí a Yenny Valencia, una joven dinámica, sensible, inteligente y bastante apasionada por el trabajo comunitario que venía trabajando en las bibliotecas públicas, algo llamado gestión del conocimiento. En esa labor se buscaba que los trabajos, proyectos, metodologías, talleres, guías, que se realizaran durante las actividades propias de la biblioteca y en articulación con los procesos comunitarios, fueran gestionadas y documentadas por las mismas personas de las comunidades en un portal diseñado para eso: la construcción colaborativa y el libre uso de los saberes, donde podrían georreferenciarse los procesos y contar desde diferentes herramientas lo que se gesta en cada espacio.
Este ejercicio se estaba realizando en todas las bibliotecas de la ciudad, en un portal de gestión de información que Fernando Castro y Fredy Rivera iniciaron pensando en la importancia de los datos y el empoderamiento de las comunidades en su gestión y comprensión del poder de la información, que a su vez permite visibilizar procesos. Al contarles sobre el proyecto, inmediatamente comenzamos con el portal www.redhuerteros.org, el cual nos ha brindado la oportunidad de conectarnos y visualizar la información que se requiere para ello. En esa ocasión se realizó un taller de cartografía comunitaria donde las personas conocieron un poco más de cerca la herramienta y sus potencialidades para conectarnos y sistematizar saberes.
En 2013 comenzamos a preguntarnos por la posibilidad de generar espacios alternativos y colaborativos para reflexionar sobre la multifuncionalidad de la agricultura urbana, mediante el intercambio de saberes y experiencias en diferentes huertas familiares, comunitarias e institucionales de Medellín. La idea era la realizar una práctica socioambiental de apropiación del territorio en la zona 4 que pudiera ser replicada de manera autónoma por la ciudadanía y por diferentes movimientos sociales en otras zonas de la ciudad y del mundo entero.
A esta idea se sumaron muchas personas y organizaciones comprometidas con el cuidado y conservación del medio ambiente, que mediante la difusión y expansión de prácticas alternativas, la conciencia y el cuidado de la vida, han podido generar conexiones vitales en las comunidades, donde la huerta se convirtió en una excusa para hacer encuentros, talleres, mapeos, reconocimientos territoriales, compartir e intercambiar experiencias, saberes, semillas… El arte en espacio público, los ciclotours huerteros, las salidas, la siembra, la recuperación de espacios públicos abandonados, el mapeo de huertas, las nuevas lecturas y la resignificación del territorio son el aporte al tejido microcósmico de nuestro planeta que hemos comenzado a sembrar. Reflexiones que nos invitan a cambiar nuestras maneras habituales de relacionarnos con los otros y con la naturaleza.
Luego conocimos a Guillermo Silva, un apasionado por la vida, la transformación y la recuperación de la materia, quien como una especie de sabio vino a enseñarnos algo muy importante sobre la descomposición, uno de los procesos más bellos de la transformación de la materia a través de las “pacas digestoras”. Recuerdo mucho a don Guillermo, en una de las activaciones de huerta por barrio Cristóbal, cantando con los niños mientras bailaban dentro de la paca para comprimir los residuos.
Video de don Guillermo
En estos tres años nos hemos dado cuenta de varias cosas: que somos muchos los interesados en compartir nuestras experiencias individuales con las comunidades, que cualquier persona puede participar sin importar su experiencia y edad, que realmente muchos soñamos con un cambio de conciencia frente a la forma en que nos alimentamos, sembramos y nos relacionamos con la naturaleza y con nosotros mismos, que en verdad nos soñamos una ciudad con menos cemento y más huertas, donde existan lugares para compartir el alimento. Soñamos una ciudad y un mundo que dialogue con sus territorios mediante políticas públicas que apoyen y aporten a estos procesos. Soñamos que el campo y la ciudad no estén tan separados y que haya un reconocimiento a los campesinos a través del cual podamos tejer redes de trabajo colaborativo.
Para cumplir estos sueños es necesario que protejamos la multidiversidad de semillas que lastimosamente están siendo controladas por las grandes empresas, que recuperemos las tradiciones ancestrales vivas y armoniosas, que recuperemos los sentidos, que cuidemos cualquier forma de vida, que aprovechemos que en la huerta podemos convivir diversidad de personas, generaciones, gustos, pensamientos y comencemos a coproducir un mundo diferente. Es necesario también que el Estado incentive la separación, el reciclaje y el compostaje, y que en las instituciones educativas se enseñe sobre la siembra y la importancia de alimentos libres de sustancias químicas, todo esto como estrategias que permitan redefinir modelos de vida y tejer diversas relaciones autosustentables con el planeta. La vida en todas sus dimensiones.
Creemos que entre más personas comiencen a conocer las plantas o, simplemente, a ubicarse en un territorio, en unas dinámicas sociales, culturales, políticas, económicas, se podrá comprender con mayor claridad que todo es una creación discursiva, un lenguaje aprendido que podemos restituir, reconfigurar. Podremos comprender que nos componemos de unas territorialidades y corporalidades que pueden, a su vez, permitirnos fascinarnos con la salida o la puesta del sol. Es inevitable sentir tristeza e indignación por las cosas que pasan todos los días en el mundo, en el continente, en el país, en las ciudades, en el campo, en los barrios, en las veredas, en las casas, en las escuelas, en las iglesias, en las universidades, en los bancos, en las EPS, en las alcaldías, en los gobiernos, en los mercados… pero tenemos que saber que están ahí como parte del aparato disfuncional que creamos como humanos para poder “organizarnos” y que somos nosotros mismos los únicos que podemos reconfigurarlos.
Reflexiones entre lo urbano, lo local y lo biodiverso
Después de asistir a un taller sobre el territorio que la ACJ de San Javier estaba realizando en la Comuna 12 pudimos de nuevo comprender que el territorio es un escenario de interacciones manifestadas por medio de un pensamiento colectivo (compartir). También nos impulsó a hacernos conscientes de los lugares que habitamos, preguntándonos qué estamos haciendo por ese lugar, qué está pasando, o al simple hecho de mirar un mapa. Pudimos consolidar lo que tuvimos la oportunidad de trabajar en un principio con las personas que nos acompañaron en el proyecto Territorio Expandido, donde experimentamos que los espacios para conversar acerca de un tema como este nos brindan una excusa para conocernos y seguirnos encontrando. Entre las personas que nos acompañaron en ese proceso se encontraba Carolina Sanín, una mujer decidida y visionaria, que también es una apasionada por las huertas y la biodiversidad, una de las fundadoras del huerto Cerros del Escorial, huerta comunitaria dentro de una urbanización del barrio Calasanz, y quien continúa participando activamente del proceso de la Red de Huerteros.
En uno de los encuentros conocimos a Paula Restrepo, una profesora de la Universidad de Antioquia que contactó a Yenny para realizar una visita a la Red de Huerteros de Medellín con Juan Carlos Valencia, otro profesor de la Javeriana de Bogotá, interesados en conocer los procesos comunitarios y cómo es la generación y circulación del conocimiento. Luego conocimos a Maria Isabel, una de sus alumnas, quien ya nos había acompañado en ocasiones anteriores en algunos encuentros. María Isabel realizó su proyecto de grado investigando sobre las prácticas comunicativas alrededor del proceso de la Red.
Cada día llegan personas nuevas a la Red de Huerteros, en el grupo de Facebook y en el portal se comparten fotos de huertas, de plantas, de prácticas de agricultura urbana, se pregunta por diferentes temas, se comparten plántulas, saberes… Son muchas las personas que están participando activamente y a las que queremos agradecer por hacer parte de este proyecto colaborativo. A Beatriz y Clara Pérez con el proceso del Aula Ambiental de Belén y la Gratiferia de Boston; a Brunella y Lolo, dos europeos enamorados de Colombia que participaron en varios encuentros y se hicieron amigos de todos; a Patricio, con sus historias, su experiencia y asesorías; a doña Marta, que nos asombró en el primer ciclotour huertero con su estado físico, una mujer incansable que también hace parte de la Mesa Ambiental de la Comuna 12 y que motivó la construcción de la huerta de la unidad Los Pinos; a Liliana Perez y su proceso con la biodanza; a Juliana Arango, artista y gestora social y cultural que dio inicio a un trabajo comunitario desde la biblioteca de San Javier con la Agroteca, recuperando el espacio de diversas formas; a don Eriberto, a doña Marisela y a su hermana; a Svetlana y a todos los voluntarios que trabajaron en este proceso en San Javier. También a César de la ACJ que estuvo siempre animándonos a creer y ayudándonos con la primera página web que tuvimos y a los otros amigos de la ACJ que nos acompañaron y aún continúan; a Hilda López, con los primeros cineclubes ambientales y los intercambios de semillas; a Claudia Restrepo y todos los chicos de la biblioteca La Floresta que han permitido abrirse a las nuevas dinámicas; a la Casa de la Cultura de Los Alcázares, por brindarnos un espacio donde se ha gestado mucha parte del proceso; a Disneider, a Paola Quintero y a los chicos de Territorio Expandido; a Sebastián Castro por sus comentarios al manifiesto; a Nahum Martínez, Yarledis Holguin, María Alejandra y a todos los chicos y chicas de la huerta La Independencia; a Camilo Escobar, Andrés Arias y su equipo de trabajo, que grabaron el documental para Señal Colombia; a Eric Chica por las clases de yoga y el proceso que viene tejiendo en Los Alcázares; a Fabián Penagos y a los chicos de Miel Foresta y su trabajo pedagógico alrededor de las abejas; a Cristina Sandoval por sus biopreparados y la producción limpia; a Carolina Toro por enseñarnos un poco más sobre los alimentos; a Carla Bajonero por el taller rápido de huertas verticales con botellas PET y la importancia de la reutilización; a los chicos de la Red de guardianes de semillas libres por ese trabajo tan arduo; a Miguel Altieri y su esposa Clara por su visita y orientación, y a cada una de las personas que en el pasado o en el presente han hecho posibles estos encuentros planetarios… Isabel Diazgranados, Javier Franco, Caro Osorio, Jhon Jairo Acosta…
Cuando abrimos puertas es probable que muchas otras se cierren y que otras tantas se abran. Cuando estamos cerrando, solo cerramos, nos tapamos los ojos, nos olvidamos del día anterior, del siguiente, que las flores huelen a vida y que la luna se renueva cada tanto. Nos consumimos entre los días tranquilos y las noches angustiantes, nos acostumbramos y se vuelve difícil asombramos.
El querer compartir los alimentos y la idea de una cocina móvil, que ya se venía pensando desde los primeros encuentros con De la huerta a la mesa, donde Javier Franco nos sorprendía con sus deliciosas preparaciones y propiedades de los alimentos. Se planeó entonces la construcción de la Cocicleta, animados por la idea que ya venía realizando desde Alemania otro colectivo con el cual María Cristina Moncayo tenía contacto. En esa ocasión nos acompañó Per Shumann y su hija Leoni Shumann. Los materiales se consiguieron (recuperaron) para la construcción de esta y se hicieron varios encuentros abiertos con el fin de ensamblar las partes y compartir la experiencia.
Foto Cocicleta – construcción
En los diferentes encuentros nos hemos podido dar cuenta de que las personas están con mucha curiosidad. Que hay una evidente necesidad por saber, por conocer, por experimentar. Es el caso de Carolina Osorio, una persona sensible y activa, curiosa por enseñar y por aprender siempre, autodidacta y veterinaria, quien ha acompañado el proceso de la Red de diferentes maneras. Carolina ha participado en la Cocicleta, compartiendo comidas vegetarianas y veganas, en actividades en las que niños y adultos, curiosos en la misma medida, se atreven a cortar una cebolla o formar las croquetas de lentejas para degustar. También en la cocina nos ha acompañado Isabel Diazgranados, una bióloga que siempre está sonriendo y contagiándonos de su magia, ella, junto con Javier Cardona, ha hecho pan, pesto y su deliciosa receta de humus.
Video Caro en la Cocicleta pantalla de agua
Al principio todo fue pura experimentación, no solo se necesita agua, tierra y semillas para que las huertas sobrevivan sino una comunidad interesada en compartir.
Y es que a veces lo obvio es lo más difícil de ver. ¿Por qué?
Es importante saber que en las ciudades y pueblos en los que vivimos han pasado estos y otros crímenes, que hay unas personas que tienen agua potable y otras ni siquiera tienen la esperanza de que se las conecten, que hay unos territorios abandonados a la suerte extranjera, a la minería, a la ganadería, a la agricultura desmedida. Que la memoria quedó abandonada por culpa del miedo, pero que la vida se resiste, siempre.
Todo aparentemente está dicho. Ello no significa que no pueda decirse nuevamente. Redecirse. Rehacerse. Reconstruirse. Repensarse.
De hecho esta historia hace parte de una de las formas de poder entendernos como un proceso colaborativo que pueda ser implementado en otros lugares.
Todos somos muchos en uno siempre. Es importante pensar en la agroecología para hacerse a una idea de lo que somos, de lo que comemos y cómo en la necesidad de industrializar los procesos hemos deformado la manera en que producimos los alimentos. Cuando podemos conocer las implicaciones y las inmutaciones, es cuando algo cambia en nuestro interior. Lo que comemos se hace parte de nuestras células en el momento en que entra en contacto con nosotros, es una especie de fusión. Así que si los alimentos que consumimos no son libres y están contaminados con diversas sustancias y violencias, es muy probable que lo que pase en nuestro interior no sea muy positivo y que esto se vea reflejado en nuestras acciones cotidianas y organismos sin darnos cuenta.
Un día en el Jardín Botánico, compartiendo algunas verduras y hablando con niños y adultos, muchos decían que nunca habían visto ni probado ciertos productos que allí teníamos. Por ejemplo, algunos no conocían los diversos colores de los pimentones ni que existía el zucchini y nos decían que les parecían deliciosos y que los seguirían consumiendo. Ese día me alegré y recordé un comentario de Javier Burgos en una de las reuniones: “Un niño que siembra brócoli, come brócoli”.
Y es que la mejor manera de aportar cada uno al cuidado del medio ambiente es a través de la alimentación, por ejemplo, la ganadería en toda su dimensión es uno de los principales problemas ambientales que están afectando nuestras células externas e internas. Al igual que las prácticas agroindustriales.
En un país como el nuestro, donde las divisiones están dadas por nosotros mismos con el fin de delimitar unos “espacios”, lo que queremos es expandir para comenzar a coproducir unos universos (macro y micro) en las calles, al interior de las casas, en las escuelas, en los lugares abandonados, en los lugares recuperados e incluso inimaginados.
Coproducir es darle sentido a unas experiencias, reales o imaginarias, individuales o colectivas que producen las interacciones de cada una de las formas de vida que intervienen un espacio/tiempo: insectos, nubes, plantas, planetas, humanos.