Retornos [Fragmentos de apuntes nocturnos] – Por Hebert Rodríguez
En este documento hay algunas de las imágenes que, cuando viajo o paseo por la ciudad, percibo y quiero conservar. A manera de apuntes, las escribo en el celular o en un papel y luego las paso a mi bitácora. Las imágenes aparecen de manera espontánea, aleteando o manifestándose en un gesto y, ante la imposibilidad de retener el momento, de corresponder de manera veraz y objetiva ante la aparición, la ficción se convierte en ese ejercicio de reconstrucción, de documentación de la realidad, donde aparece la ciudad o el campo transformado y en vez de asumir una función testimonial de decir “esto ha sido”, deja las imágenes libres de espacio y tiempo; libres, para que sean interpretadas.
Por Hebert Rodríguez
Introducción – El retorno
“El recuerdo es una traición a la Naturaleza,
Porque la Naturaleza de ayer no es Naturaleza.
Lo que fue no es nada, y recordar es no ver.
¡Pasa. Ave, pasa, y enséñame a pasar!”
Fernando Pessoa.
Desde hace un tiempo comencé a pensar en esos elementos íntimos, cercanos, que acompañan mi vida: mi familia y el espacio del hogar; la ciudad, como un hogar extendido y público. Y Busqué la manera de reconstruir o recrear aquellos espacios donde crecí y pasé mi infancia. Esos espacios que de manera violenta, se interrumpieron. Y en ese anhelo trunco de recuperar, de revivir esos momentos, aparecieron las imágenes y las palabras. Sólo en la ficción es posible el retorno, pensé y me di a la tarea de indagar entre los recovecos. Aparecieron, entonces, esas preguntas por el campo que mis abuelos dejaron y me llevó a los viajes. Quise sentir la sombra ancha de los tamarindos, sentarme en el patio de La casa de tejas donde vivieron mis ancestros, percibir el aroma dulce de los mangos y los carambolos, pisar los caminos de polvo rojo. A la par se imponía la ciudad y esos barrios grises de caserones; los amplios solares; el petricor de la lluvia en las calles; el recorrido en bus por el centro sujetado por la mano de mi madre. ¿Cómo podía volver y mostrar esos espacios que para mí son bellos? ¿Cómo podía incluir a la gente en un proceso de estos? A esas memorias, revueltas y difusas, las llamé retornos. Considero el recuerdo como una posibilidad estética. Como un volver desde el pensamiento o el sentimiento: pero cortándolo, ficcionándolo, transformándolo. ¿Corresponde uno a un lugar o todos los espacios que lo han recibido? Eso me pregunto. Apunto en libretas y llevo un registro de mis recorridos. Construyo diarios y mezclo los tiempos. Escribo cuentos. La vida se compone de fragmentos, como en un álbum, donde lo real es manipulado por una mano que corta y compone. Así, dejo el testimonio de lo que no he sido. De lo que entre voces e imágenes, proyecto y vivo.
Contenido 1
[Las palabras]
No hace falta
un aguacero
para cubrir
el cuerpo.
Con una gota basta.
No es necesario describir
en este poema
el azul, el vaho frío
del viento.
Con una palabra basta.
Para temer
no hace falta estar
frente
a un arma.
Con el silencio basta.
Contenido 2
[La transformación]
Tirado en la cama, vi cómo de mi cuerpo brotaban ramas. Salían del brazo y me rompían el cuero. Fue natural que sintiera miedo; y aunque intentaba moverme, las raíces que salían de mi espalda, me sujetaron a la cama y al suelo. Se enredaban del colchón y de los largueros. En la cuenca de mi oído, nació el sonido de un río y un tallo duro, como de guayabo, emergió de mi vientre. Como un pájaro, el grito, voló de mi boca.
Contenido 3
Día uno
[Estar solo]
Al parecer, La Paz solo emerge cuando se está solo. Cuando se imponen las rutinas de los paceños y uno es un perro más que pasea por las plazas o las avenidas.
De día, la ciudad duerme. En apariencia, un mutismo acompaña el continuo movimiento de los autos; los apurados pasos de los transeúntes; los ojos vigilantes de los policías. Y uno avanza entre las multitudes y percibe el murmullo de las mujeres y el ácido olor que dejan los hombres al mojar las calles con sus orines.
«Ya», dice una mujer al devolver un «gracias». Apenas y se intuye el balbuceo. Mueven apenas los labios y muestran los dientes. Un hombre esta noche me lo dijo: los paceños somos seres tristes, pero luego de esto sonrió. Hablaba de canciones andinas con letras de desamor.
Como ahora estoy solo, camino. Caminar es abrazarse con los apuros de los peatones. Atravieso la Avenida Montes y cruzo la calle. Allí hay un lugar tranquilo que he descubierto, en la terraza de un edificio. Se perciben los techos de los edificios y las cúpulas de las iglesias. Ichuri, se llama el lugar. En aimara, uno de los tantos dialectos que se habla en Bolivia, significa «cargar al niño en brazos». Tal vez por eso me siento a gusto allí, donde acudo a leer o a percibir el arrullo de los hombres, que como yo, pasean solos.
Sobre la noche hablaré después. Aún no la defino. No se sí el día muere o amanece.
Contenido 4
Día dos
[La necrópolis]
Al sur de La Paz hay un puente que atraviesa dos colinas. Alto, de apariencia firme. Abajo logra verse una avenida que lo cruza en sentido horizontal (la Avenida de los Poetas), que se ilumina por las farolas de los autos, como cocuyos.
—Observa —me dice Alice y señala abajo.
—No puedo. Le temo a las alturas —respondo.
Alice se ríe.
Esta ciudad, según cuentan los paceños, es una necrópolis. En los desiertos o en las montañas, hay cruces enterradas que señalan las pérdidas. Puede observarse en los caminos pedregosos que conducen de El Alto (un municipio asentado en la periferia de la ciudad), hacia el nevado Potosí, donde los muertos, como plantas, bordean los caminos. Pero en las ciudades, como en La Paz, los edificios y los puentes son las cruces. Hace unos días, Ahmed, un amigo paceño, nos contaba mientras bebíamos mate de coca, que los cimientos de estas ciudades están soportados por algo más que el cemento. Alice también me lo hizo notar, al mostrarme una placa con una cruz verde que custodia la calle Jane, de los llantos de las mujeres y las ruedas de las carrozas.
—Es difícil para los borrachines —dijo Ahmed.
Existe la creencia, de que, para dar firmeza a las columnas, una pareja de mortales debe custodiar (desde adentro) los gruesos bloques de hormigón que se elevarán sobre el cielo paceño.
—Ponían señuelos —continuó—. Te invitaban a un trago y cuando estabas ebrio, te metían en la mezcla.
El Puente de La Américas, del que hablé al comienzo, guarda este secreto. Dicen que a un hombre y una mujer, quienes fueron invitados a beber, luego de estar ebrios, los cubrieron de mezcla. El hombre despertó, impaciente y logró escapar. Los trabajadores de la obra decidieron continuar con la mujer adentro y construyeron el puente.
—Lo curioso —aseguraba Ahmed—, es que desde el puente han ocurrido muchos suicidios. Hombres que se tiran y van a dar abajo. Y es normal, hay una mujer que aún llama a su novio.
Cuando le contaba esta historia a Catalina y a Camilo, luego de su regreso desde Uyuni, en un café discreto, cerca del Palacio de Gobierno, Camilo afirmó: «Tiene sentido. Por algo la muralla China es tan resistente. Está construida a sangre y piedra».
Contenido 5
[Limpiadoras]
Ellas recorren
Con sus trajes azules
Y blancos,
Blancos y verdes
Negros; con decorativos de encaje
Los baños
Mientras los hombres orinan
Y las mujeres se maquillan
Y huyen
Manchándolo todo.
Pero ellas,
Con su llanto mudo
Empapan el lugar
Con lágrimas azules
Olor a lavanda
Y el lugar brilla
Y ellas esperan, esperan.
Contenido 6
[Fuego]
La llama
Acaricia el papel
Mientras crepita.
De las cenizas,
Un signo
Un gesto
silencioso es
el paso de la muerte.
Contenido 7
[Cotidianidad de una anciana]
A Bárbara.
Sé que no extrañas el campo.
Aquel corredor tranquilo frente al guayabo.
el cacareo de tus gallinas,
el olor de las porquerizas,
los perros de la vereda
intrusos y lánguidos.
De ese campo eres,
abuela,
un recuerdo.
Pero aquí,
en esta ciudad,
eres olvido.
Polvo de tus hijos y tus nietos
Huérfana de padres y de tierra,
en un caserón gris.