Ruidos y músicas de las corporaciones – Por David Robledo
Arte, público y cultura. El autor conjuga melodiosamente tres manifestaciones musicales con impacto social en Medellín y propone una pieza para sondear quién hace qué, pero, sobre todo, para detectar cómo la música es oportunidad y conocimiento.
Por David Robledo
Creo, como lo dice Camus en su obra periodística, que continuar nuestro trabajo en tiempos de crisis es seña definitiva de la importancia del mismo, y veo que nuestra generación viene atravesando un solo tiempo de crisis sin conocer orillas, formando su vocación en duras circunstancias, moldeándola en hierro. De ahí su resistencia. Pero creo también que he aprendido más de nuestra naturaleza, de lo que es la humanidad y lo que debería ser, leyendo la creación literaria del mismo escritor, pues aunque su obra periodística está bella y hondamente escrita, es en la novela donde configura una obra de arte, donde hace lugar a la poesía.
Puedo decir que en nuestra ciudad muchas personas, agremiadas en corporaciones sin ánimo de lucro y afirmadas en su férrea vocación, vienen desarrollando, en algunos casos desde hace muchos años, una labor pedagógica a partir de la música que afecta de buena forma a mucha gente. Sin embargo, el asunto de este texto, lejos de medir la eficacia o importancia que tienen estos proyectos dentro de las comunidades en las que se desarrollan, es indagar en qué medida estas empresas que se sirven de la generosidad del arte, le retribuyen.
Marimba de la casa
Para comenzar en el tono más optimista que alcanza mi registro, hablaré primero de Casa Túmac. He tenido la oportunidad de escuchar en vivo el trabajo de la agrupación, de sorprenderme gratamente con el potencial de sus buenas cantantes, género escaso entre nosotros, de valorar su juicioso cuidado del estilo y de aplaudir sus afortunados ejercicios de composición. Todo esto considerando la juventud de sus integrantes y la naturaleza tradicional del proyecto, que aunque a simple vista parezca un ejercicio más ingenuo que la aventura de una fusión con expresiones urbanas, logra más profundidad y unicidad que los demás, horadando solo en sus dominios. Se sirven del lenguaje propio de la música de marimba sin normalizarla, sin pulir esos rasgos que finalmente constituyen su mayor cualidad; la espesura rítmica en la que conviven todas las métricas y figuraciones posibles, y el espectro armónico que me hace sentir en un paisaje que no entiendo, politonal y sin reposo.
Al escucharlos me imagino midiendo 190 centímetros, muy blanco, con un monóculo y un rifle de esos que terminan en un trombón, como el que hiciera el archirrival de César López, enfrentando una bestia que ni siquiera me quiere comer. Esta música me incomoda y, en buena medida, por eso la disfruto. Sensación opuesta me producen la mayoría de los proyectos de hip hop que me hacen sentir de mi estatura, demasiado colombiano, más que un explorador, un inmigrante. Eso no es necesariamente malo, creo que estamos apenas ante el principio del mestizaje, que lo más interesante está por venir. Es un sentimiento muy parecido al que me provoca el fútbol femenino. (Me doy cuenta de que este comentario, lejos de apaciguar ánimos de los devotos del género del hip hop, puede encender los del género femenino, del cuál soy devoto, pero espero que lo lean como una observación que no pretende ser peyorativa; ya verán más adelante que cuando así lo intento, lo logro con mayor claridad).
Hip hop, ritmo y consonancia
Adentrándome en el asunto del hip hop, noto que, a rasgos de gigante, hay dos comportamientos entre sus adscritos. Unos se han sumado o incluso han consolidado un estilo ya arraigado desde hace varias décadas, puede decirse que han construido una identidad en la medida que el escucha puede reconocer que esta música proviene de Medellín, como Sociedad Fb 7, C15 o el Aka; mientras otros se acercan a las tendencias contemporáneas del género, echando mano a muchos más recursos musicales, como Crew Peligrosos o Son Batá. Pero el aval del tiempo no siempre es certero y no toda identidad es propia, estamos llenos de tradiciones desdeñables como la raspa, la trova, las cabalgatas o la pólvora, y de poco nos sirve ser un poco distintos si no es para ser mejores. Prefiero a quienes se adhieren a la segunda conducta, pero no es una elección fácil.
Es difícil, por lo tangenciales que puedan ser mis juicios, pues es un criterio impreciso el de medir una expresión fundada en la palabra por sus recursos musicales, pero debo decir que en ninguna de las tendencias del hip hop encuentro que le hagan justicia a esa estructura. Noto la palabra usada, empleada solo en función del ritmo y la consonancia, como cáscara de timbal, atropellada por su afluencia que procura letras en cantidad, pero muy pocas imágenes. Debo anotar también, para tener algo de justicia y mesura, que los raperos no tienen una responsabilidad de estilo con la palabra en función de construir imágenes, pues fundan su expresión en tradiciones orales que más que acercarse a la poesía, se sirven de la crónica, a veces del relato. Sin embargo, entre nosotros hay tradiciones de esta naturaleza que han logrado consolidar una poética. Obviamente no me refiero a la trova, sino a otras manifestaciones instaladas en la costa Atlántica que tienen entre Leandro Díaz, Juancho Polo, Rafael Escalona o Andrés Landero valiosos representantes.
Música de academia
Por otra parte, cabe anotar que en otros géneros la palabra corre con peor suerte, pero generalmente es cuando tienen más fortuna en su música, cuando tienen una estructura inversa a la del hip hop, cuando la palabra no está en la base.
Encontramos buenos ejemplos de estas estructuras contrarias entre la música académica, también llamada clásica, género del que se ocupa la última organización a revisar en este texto. Se trata de la Red de Escuelas de Música de Medellín, que, para su ilustración, paradójicamente, me obliga a referirme inicialmente a asuntos más relacionados con la educación que con la música, pero es un rodeo necesario y hasta coherente en su consideración.
El espíritu colectivo de la música procura la comprensión de uno mismo a través de la conciencia del otro, de esta manera dispone un recurso pedagógico valioso del que la mayoría de los proyectos instalados en la ciudad hacen buen uso. Pero representa también la oportunidad única, en una sociedad que no ofrece difusión a las expresiones culturales y donde los medios de comunicación son motor de consumo que señala a los jóvenes como principal nicho de mercado, de presentar a los niños y al público estilos y posibilidades en cantidad. Que conozcan, más allá de la efímera novedad local de la radio, lo que se hizo muy lejos hace muchos años, lo que asimilamos como propio e instauramos como tradición, y los medios que tenemos entre manos para hacer la música de nuestro tiempo. El margen de la música comercial es estrecho, mientras la música en el correr de la historia funciona como la perspectiva: se hace más ancha mientras se acerca a nosotros y corresponde a cada generación alejarse del punto de fuga, rebelarse a su gravedad, conquistar el ruido y ampliar el horizonte de cara a nuevas generaciones.
Soy testigo del trabajo de la Red de Escuelas de Música en el vínculo de ese espíritu y en la búsqueda de esa oportunidad. He visto y disfrutado montajes afortunados de música académica y de música popular; obras de Shostakovich, arreglos de música tradicional colombiana, tango y música cubana, y he conocido proyectos en los que han trabajado con interesantes compositores e instrumentistas extranjeros y de la ciudad. Uno de estos casos es el de Series Media Sinfónico, iniciativa que valoro especialmente, pues este proyecto en particular entregó buena música a los escuchas y acercó a los jóvenes intérpretes a dos expresiones diferentes simultáneamente: a la estructura, estilo y medios de la música electrónica, y a las técnicas de composición y arreglos de la música contemporánea. Una experiencia que aporta a los estudiantes por medio de una valiosa pieza musical y que participa al público de un muy buen concierto, configura un evento cultural, de otra manera la formula está incompleta. Esa es la principal conclusión de este texto.
Cuando una comunidad participa de una obra de arte, cuando la asimila, la adhiere a su acervo cultural; es entonces cuando el arte hace parte de la cultura. Alguien puede pensar ahora, sin equivocarse, que el arte no es la única manera de hacer cultura, pero lo importante aquí es que la cultura es la única oportunidad que tiene la sociedad de participar del arte, y el arte es un elemento esencial en la ecología de una sociedad. Por eso cuando una organización tiene el arte por objeto pedagógico, no solo debe abordar con responsabilidad su labor docente desde el dominio de la disciplina que imparte, también debe abordarlo con honestidad, para, como dije anteriormente, retribuir la generosidad del arte, otorgándole la oportunidad a la sociedad de participar de una obra valiosa. La única manera de retribuir la generosidad de alguien, es siendo generoso con alguien más.
Es tiempo de dar fin a esta reflexión, y para eso he desatendido muchas agrupaciones, algunas por descuido y otras por convicción, pues mi intención era abordar solo proyectos de los que puedo hablar positivamente, y aunque sé que este objetivo no lo cumplí cabalmente, advierto que pudo ser peor. Me he concentrado en representantes de tres expresiones que constituyen la mayoría de las manifestaciones musicales de la ciudad con proyectos sociales: músicas tradicionales, hip hop y música académica. Tres elementos que configuran por lo menos un acorde y establecen un tono, una inicial reflexión en torno a un suceso nuevo entre nosotros, que también busca su cadencia.