Un líder que muere, pero vive – Por Yuliana Bustamante
Un debate personal entre la confianza y la desazón, la ilusión y la desesperanza. Un líder rural, comunitario y ambiental en Colombia no la tiene fácil. En su relato, la autora nos deja ver un poco cómo son estos héroes, que heridos de muerte siguen dando la batalla.
Por: Yuliana Bustamante
“Los irrenunciables” somos la resistencia, somos los defensores de la vida, el agua, la tierra. ¿Acaso en algún momento le hemos preguntado a la vida si está de acuerdo con algo? Claro que no, porque nos dejamos permear por una «malparidez acumulada» por el olvido, por la venganza, por la idiotez. El olvido de nuestras raíces, nuestra identidad, nuestro ser.
Durante años hemos trabajado en un proceso de participación socioambiental con impacto en la ruralidad campesina del norte del Valle de Aburrá, con muchas ansias de generar un eco, un impacto, y con el ánimo en alto para no desfallecer y seguir luchando por una vida digna en lugares olvidados por el Estado. Nunca pensamos que fuera tan dura la realidad, ni que tuviéramos que escuchar las voces de los más viejos diciendo que “solo llegan a nuestras casas pidiendo un voto”. Sin embargo, me preguntaba si en realidad era un voto en el papel o un voto de confianza para que fuéramos representados… Así comienza esta historia de cómo nos formamos como líderes en un mundo cambiante y complejo, y la cuento observando un atardecer hermoso desde el balcón de mi casa.
Y me pregunto cómo iniciar esta historia de vida, de resistencia, de aguante, en un contexto rural campesino que se desdibuja con el pasar de los años. Mi historia comienza en el año 2004, cuando un grupo de jóvenes campesinos y campesinas decidimos sacar adelante procesos comunitarios desde de la junta de acción comunal, que por ese entonces tenía casi cuarenta años de luchas en la vereda Platanito, municipio de Barbosa.
Cuatro décadas pasando de una administración a otra, de cambios bruscos, de altibajos de violencia marcados por el asesinato de varios líderes que luchaban en defensa de una bandera o un sueño comunal. La vida y la resistencia no han sido fáciles para los líderes como yo, jóvenes, revolucionarios y activistas socioambientales. En la búsqueda por mejorar la calidad de vida de cada habitante de la vereda nos dimos cuenta de que la ruralidad campesina en estos tiempos ha cambiado tanto que nos hemos perdido como líderes: líderes muertos que resistimos a las injusticias políticas y sociales. La sociedad en pleno exige sus derechos, pero desconoce sus deberes, mata líderes. Sí, me mató a mí, mató mis sueños e ilusiones. Mata también amistades en el mismo instante que decides incursionar en un ambiente político para la gobernabilidad.
Pensábamos que iba a ser fácil incursionar en ese mundo que veíamos maravilloso, pero que no fue así. Tan oscuro como una de esas noches negras, en las que no divisas ni una sola estrella, en las que caminas por un sendero oscuro que te lleva directamente a un abismo del que no te puedes salvar. El liderazgo de los viejos, las verdades y las mentiras de los más sabios nos mostraban un camino afortunado, o quizás desafortunado, dizque porque ya habíamos conseguido un montón de cosas físicas y de infraestructura para la comunidad. Pero la realidad era muy distinta y no entendía por qué para ser líderes debíamos aliarnos con grupos políticos o administraciones de turno.
Qué complejo sentarse a recordar esta historia, pero me sirve para levantarme como el ave fénix de las cenizas que deja la violencia, que dejan los malos pensamientos, que deja la comunidad, esa que también mata con las palabras, con las miradas, con el sentir, justificada en el hecho de que no se alcanzaron soluciones para sus necesidades más sentidas. Esta historia es para recordar cómo se aprende a ser un líder, un líder propositivo como me considero.
Los líderes de hoy somos considerados politizados por los partidos políticos, pero ellos mismos olvidan, y nos hacen olvidar, que venimos de la resistencia, de la lucha, de territorios rurales campesinos no reconocidos. Nos miran y nos describen como trabajadores agrarios. Es como para sentarse a llorar: no tener la manera de defender territorios nativos de campesinos y campesinas para que no ingresen megaproyectos que destruyen la comunidad y la vida nativa de nuestras regiones.
Aún en este escenario seguimos en la resistencia, con la participación comunitaria, la misma que en las ciudades llaman participación ciudadana (en este punto sería interesante preguntar ¿por quién son construidas las ciudades? O mejor, ¿por quién están conformadas las ciudades? Pues mi respuesta es por las raíces ancestrales, por raíces indígenas, campesinas y de afros, quienes resisten y permanecen a pesar de lo cambiante de los territorios).
La lucha comunal por incursionar en movimientos políticos ha sido el caos en mi proceso como líder. Se preguntarán por qué. Pues en el año 2008 empezamos en forma a trabajar -aunque el grupo ya llevaba cuatro años de movilización y yo, doce años de mi vida- en un proyecto comunal y ambiental por la defensa de la vida comunal, del agua y de los territorios rurales campesinos. Ese año fue el inicio de la revolución consciente para la defensa de nuestros derechos y también deberes. Los primeros años fueron muy exitosos: buena gestión, participación comunitaria y articulación con el sector privado. Fue muy loco porque no era pedir limosnas, era exigir unas compensaciones por el deterioro ambiental que por años había sufrido la vereda.
Se preguntarán cómo son estos líderes, personas tan del común pero tan famosas para mí. Solemos pensar que los famosos son los que salen en la tele o los que se presentan en grandes escenarios, pero no es así, la vida como líder me ha enseñado lo importantes que son las mujeres y los hombres que están en luchas permanentes, casi siempre por el bien común.
Soy Yuliana, una mujer joven, de sangre y origen campesinos. Crecí en la vereda en la que aún vivo, siendo testigo de sus cambios, positivos y negativos. Desde pequeña trabajé con mi abuelo en su finca, cogiendo café, desyerbando las “buenezas” que brotan de la tierra, pero que se convierten en el denso monte y cubren los cultivos.
Mi vereda, como buena parte del campo colombiano, ha sufrido la guerra y sus estragos, como el desmonte del trapiche, por allá en los años 90, que dejó sin trabajo a la mayoría de los hombres. O como las historias del abuelo Fabio, quien contaba, entre otras cosas, que a su papa lo habían matado en la finca en el patio de su casa. Así creo que hemos sido golpeados todos por la violencia, los líderes también, pero aunque la muerte ha llegado a nuestras puertas, seguimos en pie de lucha, arriesgando trabajo y familia.
Líderes como Diana, que hace trabajo sociocomunitario desde muy pequeña debido a las dificultades a las que se enfrentaba en la escuela por no tener muchas cosas que el resto de niños sí. Fueron esas presiones de la sociedad las que la fortalecieron y la llevaron a ser hoy esa mujer valiente que se levanta de las cenizas. Literalmente, porque, luego de generar un proceso de liderazgo importante que la llevó a ser parte de la política de este país, una noche de agosto de 2015, en la víspera de las elecciones municipales, quemaron su casa. Jamás hubiéramos imaginado que en nuestra vereda ocurriría un atentado así: las llamas, en medio del olor a gasolina, consumían su vivienda, sus recuerdos, su vida. Aunque Diana salió ilesa junto con sus familiares, este hecho nos marcó para siempre.
Me duele que todo haya cambiado, que los procesos que tardamos tantos años en construir hoy ya no son iguales. Nos mataron, nos mataron como líderes. Pero lo más importante de esta historia es que un líder que muere, pero vive, sigue firme, movilizándose en el territorio, con la esperanza de que esto puede cambiar y de que podemos dejar un relevo generacional crítico, inteligente, con sueños y luchas comunes, con un pensamiento de conservación, conscientes de la importancia de dejar un planeta mejor. Así que siempre tendremos que encontrar quién nos lidere, quién nos oriente, quién nos haga ver como pueblo, como barrio, como vereda, como país. Para mí el liderazgo no es simplemente andar por ahí pidiendo votos de confianza, es demostrar que existe un trabajo colectivo con resultados, que busca una mejor calidad de vida no solo desde lo económico, sino también desde el punto de vista del bienestar y la seguridad.
Algo pasa en el territorio, algo pasa en la vida de cada líder que, habite donde habite, siempre tendrá quién crea en él. Aunque no haya plata para salir de la vereda, siempre va a estar el líder que baja al pueblo, a las reuniones algunos fines de semana, y contesta el teléfono para escuchar: “Doña Dora, por favor me trae un resorte para la olla presión y una libra de azúcar que aquí se la pago”. Para eso sirve un líder, para hacer mandados cuando la gente vive lejos, incluso para el que vive cerca. Siempre tendremos que revivir al líder que muere, pero vive firme en su lucha por la vida, el agua y los territorios rurales campesinos.