«La globalización de la telecomunicación y de la información nos permite tener una banda sinfónica en la palma de la mano». LuZero. Artista
«Pronto se tiene que acabar la quemadera de DVD, la enviadera de documentos». Tomás Campuzano. Realizador audiovisual y Co-director de Mamut.
«Hay una cosa con los artistas, y es que nos sentimos avergonzados de cobrar lo que vale el trabajo» Carlos César Arbeláez. Guionista. y jurado en el Programa de Estímulos.
«Hoy gran parte de los equipamientos, proyectos, festivales, espacios que ofertan y que se hacen preguntas por la cultura en la ciudad son resultado de procesos de reivindicación frente a la violencia». Ana María Restrepo, Directora del Centro de Desarrollo Cultural de Moravia
“Una falta de conocimiento de las especificidades de las modalidades hace que los montos que se ofrecen, los tiempos de ejecución que se proponen y los resultados esperados estén alejados de la realidad de cada sector” Álvaro Vélez. Historiador y Dibujante.
“Hay algunos Estímulos que casi han pasado inmodificables por décadas, porque son entendidos como una conquista de la gestión de los sectores artísticos de la ciudad”. Carlos Mario Guisao. Subsecretario de Arte y Cultura (2012 – 2016).
«El gran hito para tener ‘Estímulos’ fue la Constitución del 91. Desde ese año los planes de gobierno debían incluir procesos culturales y el tema del reconocimiento del otro. María Emma Mejía y la Consejería Presidencial para la Paz tuvieron un rol fundamental en Medellín». Victor Muñoz. Artista e integrante del Museo Casa de la Memoria
«Las becas no estimulan la creación, estimulan la creación sociológica, es decir, estimulan los almuerzos» Santiago Rodas. Poeta. Grafitero. Co-fundador editorial Atarraya.
«¿Si no hay estímulos cuál es la otra base o la apuesta cultural de la ciudad?» Javier Burgos. Ex Coordinador Casa de la Cultura Los Alcázares.
“Creo que muchos de los artistas que participan de las becas piensan a gran escala pero que sin las becas no podrían haber hecho las obras que hacen» Alejandro Vásquez, sector cultural, Director Galería Paul Bardwell, Centro Colombo Americano
«No es crear un proyecto para la beca, es aprovecharla para materializar algo que ya está». Diego Molina, Técnico en procesamiento digital y Tecnólogo en informático musical.
“En la Secretaría de Cultura no tienen una apuesta de difusión a la altura de ese recurso tan importante”. Javier Burgos. Ex Coordinador Casa de la Cultura Los Alcázares.
«¿Cómo se mide la trayectoria de un artista? En un momento era edad, en otro era número de exposiciones…¿Y es que uno cuándo emerge? Si yo me gano una beca, pero después no tengo con qué comer y nadie me conoce… emergí y me sumergí”. Juan Caicedo. Artista y docente.
«Hace falta esa conexión del Programa de Estímulos con la academia o con los gremios específicos». Olga Acosta. Co-Directora de Puente
“Yo creo que podrían existir otro tipo de reconocimientos, la beca más poética… así no ganara. Y que de pronto las personas pudieran aspirar a ese reconocimiento incluso más que el dinero, porque acá nos estamos educando en ganar… es como un casino. Pero incluso en Las Vegas existe entretenimiento para los perdedores”. Federico López
«Es muy duro el asunto de la cultura en una ciudad donde quienes nos administran tienen un pensamiento de san andrecito» Germán Arango “Lukas Perro”. Corporación Pasolini.
“Creo que es tóxico que un ente gubernamental determine el tema de creación de las convocatorias. Si es así deberían llamarse “Becas pedagógicas de creación usando el arte como medio” Esteban Betancur. Docente Investigador – Música y programación
«El Acuerdo Municipal 48 de 2011 ha garantizado la continuidad del programa de convocatorias públicas de arte y cultural, pese a los cambios de administraciones» Isabel Cardona. Coordinadora Programa de Estímulos 2008 – 2011.
«Queremos unas becas con pocas ataduras para evitar el peligro de estatizar la cultura o de subordinarla» Jorge Melguizo. Secretario de Cultura Ciudadana (2005 – 2009).
“El Consejo Municipal de Cultura tiene una incidencia importante en decidir cuáles son las categorías (áreas y modalidades de los Estímulos) porque se supone que son los que están en campo abierto» Javier Burgos. Ex Coordinador Casa de la Cultura Los Alcázares.
«Sobre la innovación: Tengo problemas con ese término. Veo que es más empresarial. Para que las empresas o las ciudades aparezcan en rankings». Diego Molina, Técnico en procesamiento digital y Tecnólogo en informático musical.
«Es normal ver que en muchos festivales se traen unas figuras internacionales que cobran mucho, pero aquí le ofrecen tres pesos a los músicos, y eso es tenaz». Natalia Valencia. Música compositora. Magíster en Música con énfasis en Composición.
“En Medellín lo que se promociona es competitividad y globalidad, que es un discurso estándar como respuesta a la agenda neoliberal que en Colombia está bien implementada desde los 90 con César Gaviria» Gyna Millan. Investigadora.
«¿Qué tanto el secretario y el subsecretario tienen la capacidad de determinar qué se hace y qué se programa en Medellín? Eso, a mi modo de ver, es una concentración muy delicada del poder y de la decisión. María del Rosario Escobar. Secretaria de Cultura Ciudadana (2012-2016)

Cultura Viva Comunitaria para no repetir el pasado

Una de las respuestas más poderosas para enfrentar a la violencia que vivió Medellín en los 90 provino de las mismas esquinas que estaban en disputa: organizaciones culturales y comunitarias que, luego de casi tres décadas de fundadas, son ejemplo de Cultura Viva Comunitaria en Latinoamérica.

Luis Fernando “El Gordo” García abre el tarot de cartas gigantes y comienza a adivinar el pasado. A sus 63 años invoca a los 22 arcanos de Barrio Comparsa. Extiende el mazo en la mesa, y le pide al azar que lo ayude a elegir al personaje que enfrentará la tristeza, la desesperanza y la muerte con juegos, colores, danzas y música.

Entre Magos Arcoíris, Soles Requetesoles y Burricornios, la suerte elige al Cuerpo Caliente, “que danza y vibra con el Universo… Un Cuerpo Vivo y en Movimiento… Los malabares y los juegos son su Magia ¡Son su Alegría!”, dice la carta.

“El Gordo” despierta a los arcanos que nacieron en los años 90 para contar la historia de un grupo de jóvenes que le fueron dando forma al movimiento cultural comunitario de Medellín en medio del miedo que habitaba la ciudad.

En la época, la cultura no era receptora de grandes inversiones por parte de la Alcaldía. “La inversión en cultura en la ciudad solo alcanzó el 0,49% y el 0,48% del presupuesto total municipal en los años 88 y 89 (…) En las actividades estrictamente culturales desarrolladas por el Departamento de Cultura, el Departamento de Divulgación Científica (Planetario Municipal) y Escuela Popular de Arte, sólo se invirtieron en el año 1988, $23.000.000 y en el año 1989, $53.000.000”, menciona un documento oficial de la época.

Paradójicamente, Medellín fue la primera ciudad capital del país en tener Plan de Desarrollo Cultural que fue promulgado en septiembre de 1990, tres meses antes de que comenzara a vivir el año más fatal que se recuerda en su historia reciente.

Para Arturo Vahos, actual director de la Corporación Artística y Cultural Canchimalos, este es uno de los hechos políticos, relacionados con la cultura, más importante de los años 90: “En la época más violenta de la ciudad, que se piense un Plan de Desarrollo Cultural que comienza a plantear la necesidad de ampliar el presupuesto para la cultura, y de tener una secretaría no ligada a la de educación, fue un hecho político importante”.

¿Para qué un Plan de Desarrollo Cultural en ese momento? “Renunciar al efecto vivificador de la cultura es tanto como arrastrar a la ciudad a un estado de silencio impotente o en el peor de los casos a un estado de barbarie generalizada y entonces no le quedaría al hombre otra alternativa que definirse: o preguntarse o morir”, dice un aparte de este Plan de Desarrollo Cultural que comenzó a formularse en la primera alcaldía popular que tuvo Medellín: la de Juan Gómez Martínez (1989-1990) y que fue promulgado durante el gobierno de Ómar Flórez (1990-1991).

Pese a la baja inversión y al poco apoyo estatal inicial, una de las respuestas más poderosas para enfrentar a la violencia de la época vino de los mismos barrios y de las mismas esquinas que estaban en disputa: organizaciones culturales comenzaron desde sus barrios una labor de construcción social.

De “patoniada” por los barrios

Con comparsas, juegos en la calle, zanqueros y música “El Gordo” y sus arcanos –que representan a amigos, cómplices y artistas de la primera generación de Barrio Comparsa– ayudaron a que la espiral violenta que vivía Medellín no fuera mayor. Con ellos, otras organizaciones culturales comenzaron a “patoniar” juntos y a encontrarse para reconocerse. Eso fue lo primero que hicieron: recorrer los barrios para identificar quiénes, cuántos y cómo eran los que –como ellos– estaban trabajando por la cultura.

Martha Gisela Echavarría, o “Gise” como la llaman todos en la Casa Amarilla, recuerda que la naciente Corporación Cultural Nuestra Gente también se unió a estas “patoniadas” para conectar con todos aquellos que hacían arte y cultura. En esa época, con Jorge Blandón y un grupo de amigos habían trascendido el grupo juvenil parroquial en el sector de Santa Cruz, y ya eran una organización cultural.

“Cuando nos echaron de la parroquia, porque las señoras del barrio ya tenían con la cabeza grande al padre, nosotros dijimos que el grupo no se podía acabar. Alquilamos una casa en los bajos de la Tienda El Tufo y los muchachos vendían paletas y cerveza en el estadio para pagar el arriendo”, recuerda Gise de esos inicios en los que comenzaron a explorar el teatro.

Con la puerta de la calle como marco del teatrino, y manteles como telones, hicieron la primera obra de títeres. También se conectaron con el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar y repartieron la duryea (bienestarina de la época) a los niños del barrio. “Un día dijimos que íbamos a hacer una obra, y ahí nació la espinita del teatro”, dice Gise recordando los inicios de la Corporación.

En esa época Medellín enfrentaba la conmoción de no saber muy bien cuáles eran los valores comunes que compartían los que vivían en esta tierra: el mito del antioqueño piadoso estaba desmoronándose en medio de la violencia, de la riqueza exorbitante fruto del narcotráfico y de la corrupción que permeó a todos los sectores sociales. La ciudad vivía también la transición económica –para muchos traumática– de un modelo industrial-textil-proteccionista a uno de apertura centrado en servicios.

Era el tiempo del no: no esté en la calle, no baile, no juegue, no cruce las esquinas que otros convirtieron en fronteras. El comunicador Gonzalo Giraldo, cofundador de Barrio Comparsa, dice que uno de los momentos que más los conmovió fue cuando La Terraza sacó volantes diciendo que había toque de queda en la nororiental.

“Nos revelamos contra eso, y dijimos que no íbamos a aceptar ningún toque de queda y menos por organizaciones delincuenciales. Ahí fue cuando decidimos tomarnos las calles de las comunas, así nos mataran. A partir de ese momento surgió Barrio Comparsa”, recuerda este comunicador que siempre hizo fotografías de todos los momentos que iban viviendo, en los que a las armas se opusieron con maracas, tambores, disfraces y colores.

Al Gordo García, por ejemplo, le tocó salir de Manrique en 1989. Él dice que ese fue uno de los únicos momentos en los que sintió miedo y decidió proteger su vida. Sin embargo, siguió dictando talleres en la acción comunal con A Recreo Teatro, el predecesor de Barrio Comparsa.

“Nosotros nacimos en el tiempo en el que no se pedía permiso. En el tiempo en el que, con cuidado también, se hacía lo que se quería. Muchos de los que no querían hacer cosas buenas eran nuestros vecinos, habían nacido y crecido con nosotros, y a quienes no les teníamos miedo porque eran conocidos de toda la vida. Nosotros seguimos porque la vida hay que seguirla. Es el estar ahí sin miedo, el apropiarnos de lo que es de nosotros”, dice “Gise” de esos días de toques de queda y de fronteras, o de funerales de muchachos que obligaban y aún hoy obligan a cerrar locales y tiendas, mientras la Casa Amarilla se mantiene siempre abierta para todos.

El Centro Nacional de Memoria Histórica reconoce los esfuerzos que en esta época hicieron múltiples organizaciones, entre las que también están Picacho Con Futuro, Convivamos y la Corporación Casa Mía: “La ciudad resistió y sobrevivió porque sujetos, comunidades y colectivos se organizaron, por su capacidad para comprender su entorno, trabajar juntos y superar sentimientos como el miedo, la angustia y la desesperanza”, afirma el Centro en su informe “Medellín: memorias de una guerra urbana”.

Preguntas por responder y un plan nacional para Medellín

El sociólogo y escritor Gerard Martin plantea en su libro “Medellín 1975-2012: tragedia y resurrección, mafia, ciudad y Estado” que había un destiempo entre el país político y el país de las personas del común. Las instituciones colombianas aún no se modernizaban en medio de una sociedad que lo demandaba. Entre finales de los 80 y comienzos de los 90, la elección popular de alcaldes (1989) y la Asamblea Nacional Constituyente (1990-1991) significaron la esperanza de unas instituciones más acordes con los tiempos que se vivían.

Como otra respuesta a estas demandas, y a una Medellín que estaba saliéndose de control, el presidente César Gaviria comienza en octubre de 1990 la Consejería Presidencial para Medellín en cabeza de María Emma Mejía, quien supo rodearse de instituciones y personas que venían trabajando por la ciudad, como la Corporación Región y el Instituto de Estudios Regionales de la Universidad de Antioquia. El Gobierno central, en alianza con la Alcaldía, fortalecieron la inversión social, con especial énfasis en los jóvenes y en los procesos educativos y culturales que ya estaban en marcha en los territorios.

“A la Consejería le presentamos un proyecto para vender mango biche con sal y limón, y papitas fritas a la salida del colegio. El proyecto valía 4 millones de pesos. Luego caminando el barrio, Jorge (Blandón) vio esta casa que estaba en venta, le propusimos el cambio a María Emma Mejía y así compramos la primera parte de esta casa, que hoy es nuestra sede”, recuerda “Gise” de los tiempos de la Consejería.

La Consejería Presidencial, la modernización del Estado, la sintonía mayor de la academia para estudiar las problemáticas sociales, el fortalecimiento de las organizaciones sociales y el trabajo articulado con las organizaciones culturales comunitarias le hicieron frente a la década más violenta que ha vivido Medellín.

“El Gordo” también tiene buenos recuerdos de las patoniadas con “La Monita”, como le decían en los barrios a María Emma Mejía. “Cuando ella llegó a socializar lo que haría la Consejería Presidencial en Manrique se encontró con la intervención de Barrio Comparsa. Le habló a la gente y planteó la necesidad de que hubiera una transformación en sus condiciones de existencia: allí se generó inmediatamente una confianza”, dice “El Gordo”.

La Consejería comenzó en 1991 la emisión del programa de televisión “Arriba mi barrio”. Para el exsecretario de cultura Jorge Melguizo, quien fue realizador y presentador, uno de los éxitos del programa consistió en mostrar que había otras realidades y que había muchos jóvenes referentes positivos para la ciudad. “Era conectar la ciudad, llenarla de referentes, contarla y narrarla de otra manera”, dice Melguizo.

Ese año también nació en Medellín un evento que le hizo oposición a la violencia: el Festival Internacional de Poesía de Medellín, que hacía recitales en parques y lugares públicos mientras la ciudad alcanzaba la cifra de homicidios más alta de su historia: 6.810 muertes violentas en 1991 que dejó un promedio diario de 19 muertes y una tasa de 433 homicidios por cada 100 mil habitantes.

La Consejería Presidencial terminó sus labores a mediados de 1994, en el gobierno de Ernesto Samper. En ese año la televisión regional también vio nacer un programa que fue clave en las nuevas narraciones de la ciudad: Muchachos a lo Bien, liderado por la Fundación Social y la Corporación Región.

Iniciativas que son Cultura Viva Comunitaria

Gisela recuerda que Nuestra Gente fue creciendo en experiencias, y que cada uno fue encontrando su rol dentro del trabajo colectivo. “Algunos se fueron a estudiar a la escuela de arte dramático de la Universidad de Antioquia, otros a estudiar nutrición y dietética, historia o gerontología”, resalta esta cofundadora de una Corporación que encontró en el teatro el centro de su expresión artística y que, desde 1996, organiza el Encuentro Nacional Comunitario de Teatro Joven.

Para el Gordo, las experiencias de los 90 fueron tan intensas que una de sus obligaciones era documentarlas y sistematizarlas. “Era valorar ese movimiento que arrancó con una fuerza impresionante, y era importante que la ciudad tuviera en la memoria lo que allí pasó. Ahora podemos ofrecerle a la ciudad una metodología –en torno a la comparsa y al juego público– que recorra los barrios, que se interponga en el espacio público donde nacimos nosotros”, señala el director de Barrio Comparsa.

Desde esa época, que parece lejana, Medellín ha sufrido sucesivas mutaciones en sus violencias: el narcotráfico, las milicias populares, los grupos paramilitares, y las intervenciones militares urbanas como la Operación Orión en 2002 evidencian que el conflicto armado no se ha ido completamente de la ciudad. En medio de esos cambios en los tipos de violencia, la expresión artística comunitaria se ha mantenido y ha buscado responder con nuevas expresiones culturales y comunitarias, como la Red Hip Hop La Élite de la comuna 13, fundada en el mismo año de la Operación Orión y que, a partir del 2004, viene realizando su festival de “Revolución sin muertos”.

Este esfuerzo por estar en sintonía con el barrio es reconocido por el Centro Nacional de Memoria Histórica en su informe sobre Medellín: “entre 1995 y 2002 los artistas, escritores y cineastas de la ciudad lograron con sus trabajos expresar lo que sucedía y capturar las particularidades de la guerra en la ciudad”.

Sin embargo, como sociedad aún no logramos construir una mejor versión colectiva de nosotros mismos. “Somos más ciudad que sociedad: nuestra tarea desde hace rato es construirnos como sociedad. Esta es una ciudad que, en 50 años, ha multiplicado su población por 5 o por 6 y apenas nos estamos conociendo, apenas nos estamos conformando: es decir, cuáles son nuestros referentes comunes, nuestras historias comunes. Uno de los problemas que hemos identificado desde la Alianza ¿Pa’ donde vamos? es que se ha pasado de la creación y acción procultural a la gestión operativa de proyectos culturales y a la exigencia de la autosostenibilidad económica de esos proyectos: toda la cantidad de gente que hace procesos tanto culturales como comunitarios termina por ser vista como operadora de proyectos por la Administración y no se mide el alcance de la cultura en la transformación social”, dice Jorge Melguizo.

Para “El Gordo” García, el aporte de estas organizaciones culturales comunitarias se evidencia también en el Plan de Desarrollo Cultural que la ciudad actualizó a partir del 2011, año en el que también se aprueba el Acuerdo de Cultura Viva Comunitaria para Medellín –política pública pionera en su tipo en América Latina–.

“No hemos podido aprender que con la gente hay que construir, hay que mostrarles caminos, no hay que atropellarlos ni excluirlos. A lo que nosotros nos hemos dedicado es a mostrarle caminos a la gente”, concluye Gisela al recordar que las experiencias de Nuestra Gente han llegado a enriquecer a comunidades como la del Sinaí, que queda a pocas cuadras de la Casa Amarilla, pero también experiencias internacionales en Brasil, Cuba, Perú, Bolivia, Argentina, México, entre muchos países más.

Autor: Carlos Mario Cano R.

Comunicador Social – Periodista, ahora en la brega de estudiar Gerencia Social. Cuenta historias, dicta talleres a estudiantes de colegios y le gusta la cocina (cual caldo primigenio, piensa que todo comienza en ese espacio de creación).

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