Bibliotecas del barrio enseñan sobre persistencia y libertad
Desde el 2015 los Estímulos de Arte y Cultura incluyen una categoría para las Bibliotecas Populares, que mantienen su vigencia en la época de internet y de redes sociales.
Las bibliotecas populares y comunitarias que impulsan Gladys López y Francisco Romero no tienen computadores ni usan Internet. En tiempos de hiperconexión, en los que las tareas son impensadas sin red, ellos trabajan por generar otras búsquedas: las de la vida. Y aunque eso suena muy grande, comienzan a través del origami o la pintura, y continúan en su relación con los espacios, con la calle, con el barrio, por eso a veces los niños de la Biblioteca KdK les leen cuentos a sus vecinos en voz alta.
“Todo lo que yo he vivido terminó llegando aquí, inclusive los vacíos de la memoria, lo que por muchos años no reconocí”, dice Gladys quien hace parte de la familia López, una de las fundadoras del barrio Tejelo.
De niña nunca entró a la biblioteca, que es una de las históricas de la zona noroccidental y que ha cerrado en distintos periodos. Lo hizo por primera vez hace ocho años, cuando le entregaron las llaves después de conversar con la Junta de Acción Comunal y manifestarles su interés de trabajar como voluntaria para recuperar este espacio. “Cuando entré a la biblioteca y volví a encontrarme con algunos de los libros de mi niñez me di cuenta de todas las posibilidades y oportunidades que me iba a dar este espacio”, recuerda Gladys. Una de las primeras fue la de romper definitivamente un silencio que la acompañaba desde los 7 años, cuando asesinaron a su papá.
“Después de ese asesinato me encerré en mí misma, en el silencio. Él fue uno de los primeros muertos por violencia en el barrio: salió a comprar unos materiales de construcción, se encontró con un amigo que estaba borracho y se pusieron a jugar cartas o dados. Cuando mi papá quiso irse del juego, el otro le descargó varios disparos por la espalda”.
Desde esa época la acompañó el sentimiento de estar dividida frente a la vida: entre lo que sentía y lo que le pedía la gente, entre lo que le decía su cuerpo que hiciera y lo que los demás esperaban: como cuando intentó leer sobre política y revolución, y lo único que logró fue reiterarse que su mejor comprensión del mundo se daba a través de la expresión teatral, del sentimiento que afloraba en su cuerpo y que no necesitaba de palabras para encontrarse con el otro.
Por eso en El Mundo de Las Letras, como fue renombrada este año la biblioteca, leer va mucho más allá de los libros, que siempre han sido libres: sin registros de préstamos y basados en la confianza de que regresarán un día, o en la tranquilidad de que acompañarán las consultas académicas y las búsquedas personales de sus visitantes.
El origami, las pinturas, los debates, los diálogos con los mayores que cuentan historias del barrio hacen parte de lo que Gladys, María Isabel y Gloria ofrecen en este espacio comunitario y popular que ha ganado dos estímulos de Arte y Cultura en la categoría de Beca para el fortalecimiento de procesos de bibliotecas populares y comunitarias.
Lecturas entre las ruinas
Lo único que queda de la Biblioteca en la Calle son las paredes descascaradas, el piso de baldosas amarillas rotas y el deseo de Francisco Romero de convertir este lugar en un parque para los niños del sector Los Ranchos del Barrio Santander.
Tres años antes, cuando los escombros no habitaban todavía este espacio, Francisco y sus compañeros de la Corporación Cultural Francisco de Paula Santander se las ingeniaban para reunir allí a decenas de niños, que de sábado en sábado le cogieron amor a la lectura y terminaron, muchos de ellos, convertidos en pequeños escritores.
“Poco a poco fuimos entendiendo qué es tener una biblioteca, y lo combinamos con el quehacer de la Casa de la Cultura: por eso dijimos que no podía ser un archivo de libros. Teníamos que cumplir una misión activa, y ahí es cuando sale la idea de irnos para la calle, de hacer Biblioteca en la Calle”, recuerda Francisco –“Pacho” para sus colegas y amigos–.
Pacho dice que en el encuentro con el Parque Biblioteca 12 de Octubre, la Red de Bibliotecas Populares de Antioquia (REBIPOA) y la Mesa de Bibliotecas Populares y Comunitarias de la zona noroccidental fue que se hicieron conscientes de que el centro de documentación que tenían desde el 2008 era realmente una biblioteca popular, que nombraron KdeK (Kasa de la Kultura).
Sacaron los libros, animaron con un parlante y encontraron niños y niñas dispuestas a leer cuentos en voz alta para sus vecinos. Luego de trabajar durante casi dos años con la Biblioteca en la calle consiguieron en ese sector una casa en comodato, para la que trasladaron las labores que hoy son dirigidas por la Corporación Educativa Combos, encargada de dictar diversos talleres.
Francisco está comprometido con formar desde el ser y no responder a los esquemas tradicionales de educación ni de trabajo. Entre sus historias, recuerda con alegría cuando ayudó a cerrar una escuela occidentalizada en la Comunidad Indígena de Jambaló, Cauca: luego de dialogar con papás, profesores y cabildo y llegar a la conclusión de que lo que enseñaban no era aplicable a su contexto, decidieron cambiar la metodología. “Cómo era posible que les enseñaran a los indígenas a respetar una cebra. Es que los colegios siguen enseñando las mismas bobadas, que disque estudie para que sea alguien en la vida, cuando desde que nacemos ya somos alguien en la vida y merecemos todo el respeto”.
La Biblioteca en la Calle dio el siguiente paso al proponer el proyecto de Pequeños Escritores, cofinanciado con los Estímulos de Arte y Cultura en los años 2016 y 2017. Mediante este proceso les enseñaron a los niños todos los pasos necesarios para hacer un libro, desde la construcción de los textos hasta la producción editorial. Para escribir las historias, los niños hicieron salidas pedagógicas a las corporaciones de la zona noroccidental, charlas con los abuelos del barrio y una visita al Cerro El Picacho, donde escucharon historias de mitos y leyendas.
“Ellos se vuelven referentes de la familia y de la comunidad. El mismo niño dice con orgullo ‘Yo lo escribí’, a partir de ahí queremos llegarles a las familias, que los papás se sientan orgullosos y que hagan parte del proceso de la vida del barrio”, reafirma “Pacho”.
Juan Carlos Rodríguez, bibliotecólogo del Parque Biblioteca 12 de Octubre, ha sido testigo de la evolución de la Biblioteca de Tejelo, y de la puesta en marcha de la Biblioteca a La Calle de KdK en el Barrio Santander. Para él, las becas que se abrieron desde el 2015 les han permitido continuar con sus procesos y evolucionar en las propuestas que les han hecho a sus vecinos. “Ya las bibliotecas han pasado de ser el lugar sagrado del conocimiento, donde se hacía la tarea o la consulta, a ejes culturales y sociales: lugares de encuentro a partir de la cultura y de lo artístico”, dice Juan Carlos.
Becas necesarias para grandes retos
Mientras la Biblioteca KdK en el barrio Santander no tiene un horario fijo de apertura, y abre sus puertas cada que alguien necesita un texto; en Tejelo Gladys, Gloria, María Isabel y Simón se turnan para abrir, sagradamente, a las 2:00 p.m. todos los días durante la semana.
Una de las principales razones tiene apenas 6 años, y ya se ganó un lugar propio en la biblioteca donde le guardan sus libros de mandalas para pintar, sus figuras en origami, y donde exhiben su única obra pictórica, que está llena de colores fosforescentes. Se llama Maria Antonia, y es la visitante predilecta, la que prefiere pasar todas sus tardes en la biblioteca y salir con la última persona que cierra, porque no tiene muchas ganas de irse para la casa.
“En estos días ha estado muy callada, y la hemos visto como más triste”, dice Gloria Álvarez que llegó a apoyar la biblioteca desde hace poco más de un año, arrastrada por su hija María Isabel que también quería aportar a este espacio. Gladys muestra con orgullo el cisne en origami que hizo Maria Antonia, y dice que cuando la niña trabaja manualidades deja atrás el silencio y la pesadumbre con la que llega, regresándole por un rato la sonrisa.
La labor de la mayoría de las bibliotecas comunitarias y populares en Medellín es voluntaria. Ni Francisco ni Gladys viven de esta labor. Al contrario, están en lucha permanente por no perder sus espacios, por mantenerse vigentes, y por no sucumbir a los costos administrativos y las evoluciones tecnológicas.
En Santander buscan resistir a una orden de desalojo emitida en octubre de 2018, luego de que la Gobernación de Antioquia comenzara el proceso de liquidación del comodato que le cedió este espacio a la Corporación Casa de la Cultura Francisco de Paula Santander. En Tejelo buscan que la Acción Comunal reconozca recursos para el sostenimiento mensual de la biblioteca, y trabajan por no perder más espacios físicos de los que ya les han reclamado en los últimos años para otras labores barriales.
Juan Carlos Rodríguez, que además de trabajar en el Parque Biblioteca del 12 de Octubre es bibliotecólogo de la Escuela Interamericana de Bibliotecología de la UdeA., afirma que uno de los grandes retos y la principal dificultad de las bibliotecas populares es la sostenibilidad.
“Las becas y estímulos alivian en cierta manera desde la generación de los proyectos, porque tampoco es tanto dinero ni se utiliza para sostener las bibliotecas. Para REBIPOA también ha significado un sacudón de volcar otra vez la mirada a los procesos de bibliotecas populares y potenciar sus elementos”, dice Juan Carlos quien reconoce que ha sido un proceso de aprendizaje mutuo, pues los bibliotecarios populares han tenido que comprender lo público y la Secretaría de Cultura ha debido aprender a acercarse, con cada vez mayor acierto, a las lógicas comunitarias.
Francisco critica que los estímulos muchas veces no son entregados a quienes están haciendo labor en los territorios sino a aquellos que mejor escriben proyectos. Tampoco está de acuerdo con que los pongan a competir entre sí, cuando casi todos los que participan en la categoría de bibliotecas populares hacen labores similares y potentes. “Yo he llegado a decirles a los funcionarios que tuve la mala suerte de ganarme un estímulo”, dice “Pacho” al enumerar las trabas administrativas y burocráticas que ha tenido: exigencias de documentos que no poseen como proceso comunitario, tiempos en el papel que no se ajustan con las lógicas del territorio, jurados demasiado académicos que no entienden cómo se mueve un barrio.
Gladys reconoce lo mucho que le ha costado poner en formato de proyecto las ideas que tiene para el barrio y la biblioteca. Ella recuerda con especial gratitud a los universitarios que la escucharon en el 2015 y la ayudaron a plasmar –en forma de proyecto– lo que quería hacer. Fue tanta la presión que se enfermó haciendo la propuesta. Sin embargo, en el 2016 y 2017 obtuvo estímulos que le permitieron desarrollar procesos de memoria.
“Cuando yo recibí las llaves de la biblioteca me metí tan de lleno que me enfermé y empecé a no tener alientos para seguir viviendo. Hubo un día que yo le dije a mi hermana que me agarrara porque me faltaban las fuerzas hasta para caminar. Ahí me encontré con el origami para sanar y trabajar”, recuerda Gladys. Ese origami comenzó a dictarlo a los niños y adultos del barrio, y en esas conversaciones –mientras se plegaba el papel– fue surgiendo la memoria del Barrio Santander, que durante los últimos dos años fue enriquecida con recorridos, tertulias y recopilación de fotografías y audios.
Luego de dos años intensos, Gladys sintió alivio por no haber ganado este año. “Para recuperar fuerzas y poner en orden mis finanzas porque los estímulos permiten a lo sumo que sea tallerista, el proyecto como tal no me deja ningún recurso”, reconoce. Fue tanto el desgaste y el cansancio que durante el 2017 llegó a contemplar el cierre de la biblioteca.
En busca de nuevas generaciones
Francisco cuenta con sus hijos para sacar adelante los proyectos de la Biblioteca KdK y de la Corporación Cultural Francisco de Paula Santander. Gladys, cuando llegó a pensar en la posibilidad de cerrar se encontró con María Isabel, una joven de 15 años que ha significado fuerza y transformación y que llegó acompañada de su mamá –Gloria–, quien tiene muy buenas habilidades administrativas.
María Isabel escribió todo lo que anhelaba para la biblioteca, su mamá le ayudó a ajustarlo a los términos de la convocatoria de Estímulos 2018, y resultaron ganadoras. Con su gestión y el no quedarse quieta logró que la bibliotecaria de su institución educativa les ayudara con la catalogación de los libros del barrio y, al verla pintando la fachada con un pincel, un artista de Santander decidió donarle el mural de la fachada y otro en la parte interna que tiene a Harry Potter, al Sombrerero y al Principito.
Estas nuevas generaciones actualizan la historia de las bibliotecas populares en Medellín que se remonta a más de 30 años de reivindicaciones comunitarias, muchas de las cuales se disolvieron con los 9 Parques Bibliotecas que abrieron sus puertas entre el 2011 y 2013. Esas luchas de décadas, en palabras de Juan Carlos Rodríguez, se van desgastando con el paso de los años. Para él urge un relevo generacional y el lograr conectar a las bibliotecas populares con la red nacional de bibliotecas.
“Yo veo un futuro esperanzador: hace 5 años abrió el monstruo gigante del Parque Biblioteca del 12 de octubre, y al contrario lo que hizo fue potenciar estos espacios, las alianzas con Comfama y Comfenalco, y el impulso de REBIPOA.
María Isabel hace parte de esa esperanza. Ahora, con Gladys y Gloria están en la búsqueda de computadores para la biblioteca popular, que podrían llegar a motivar a que más jóvenes visiten el espacio, sin perder el vínculo con las pinturas, el origami, las manualidades y la memoria.
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