Un amor profundo por la vida campesina
Memoria, reconstrucción, reconocimiento y patrimonio cultural son conceptos claves que mueven a los grupos de Vigías del Patrimonio de todo el país. Brigadas de voluntarios que velan por la protección de la herencia cultural y crean estrategias para su divulgación. Esta es la historia del grupo Vigías del Patrimonio El Yarumo del corregimiento de San Cristóbal, en Medellín.
Ángel Domingo llega puntual a la cita de las 10 de la mañana en la biblioteca. Entra saludando como si entrara a su casa. En la puerta lo detiene un hombre que le habla de semillas y le pregunta por unas plantas. “Vea, esto es brócoli. Lleve para que siembre” le dice, entregándole unas semillas en una bolsa, de esas donde vienen las arepas. “Por acá tengo es ortiga” le comenta Don Ángel mientras le muestra con cuidado unas hojas que guarda en su mochila. En esas se la pasa, intercambiando hojas, tallos y semillas como si fueran láminas del álbum de chocolatinas. Yo ya tengo de esta, esta no me quiere “pegar”, ¿para qué es que uso esta otra? Ángel Domingo Álvarez Cano se sabe casi todas las respuestas, al menos en lo que a plantas se refiere.
“Lo que pasa es que yo tuve algunas enfermedades y me cansé de ir donde los médicos. Llegó un tiempo en el que se me fue perdiendo la fuerza” dice sobándose uno de los brazos. “El dolor era inmenso. Diario, diario me ponían inyección y a mi eso no me servía pa´ nada. Entonces me puse a estudiar todo eso de las plantas hasta que vi con qué me curaba y me curé y me ha servido para curar a mucha gente”.
La cita de hoy es con Natalia Maya. A ella la conoció cuando trabajaba como técnica social cultural de la sala mi corregimiento del Parque Biblioteca Fernando Botero, en 2010. Se llevan más de 50 años pero los unió el amor por las plantas y el interés mutuo por indagar por los saberes del campo, la medicina tradicional y la vida campesina del corregimiento de San Cristóbal.
“Somos culateros de cepa, desde el mas viejito hasta el más joven” dice Natalia, refiriéndose a los orígenes de todos los que hacen parte de Vigías del Patrimonio El Yarumo, un grupo que conformaron en el 2008 para recorrer las 17 veredas que hacen parte de San Cristóbal, recoger la tradición oral de los campesinos y transmitir luego esos conocimientos.
“Nosotros empezamos como una conquista, con los campesinos. Los visitamos a todos primero. Un día íbamos donde uno, otro donde otro hasta que recorrimos todas las veredas y hablamos con ellos sobre lo que nosotros pensábamos que era trabajar con el patrimonio natural, sobre las plantas. Antiguamente todo campesino y toda persona en las casas tenían plantas medicinales. No visitaban los centros de salud, porque allá cualquier dolorcito de cabeza entonces la arrancaban, hacían la bebida y listo” comenta “Mingo”, como le dicen los amigos.
El Anamú calma todos los dolores del cuerpo, especialmente los del cáncer. La Caléndula desinflama, cura el hígado y la gastritis. El Diente de León cura los vientos de la espalda, los vómitos y los daños de estómago. Así va enumerando Don Ángel los poderes de las plantas mientras recorre la huerta que formó afuera de la biblioteca. Luego de 24 años de trabajar haciendo juguetes en Industrias Búfalo y de jubilarse se ha dedicado por completo a compartir sus saberes y a seguir aprendiendo del intercambio.
Antes de que la Secretaría de Cultura de Medellín llegara a invitarlos a conformar un grupo de vigías del patrimonio en el Corregimiento, Don Ángel y Natalia ya habían empezado a investigar el campo. La invitación hizo que entraran a formar parte de esa red municipal y nacional y que comenzaran a recibir formación y acompañamiento.
Descubrieron que su interés por las costumbres, las prácticas y las relaciones de los campesinos con su tierra podía considerarse como patrimonio cultural-natural. Una visión integral del patrimonio que lo concibe como una expresión de esa relación de los seres humanos y su entorno.
Fue a través de los profesionales de la Casa del Patrimonio que Natalia, Ángel Domingo y los que entonces integraban El Yarumo conocieron las becas de creación al arte y la cultura y decidieron presentar un proyecto.
“Al principio nos convocaron a participar y eran 2 millones de pesos y decíamos ‘pero con 2 millones no alcanza para nada ¿qué vamos a hacer?’ En 3 días nos sentamos y escribimos el proyecto. Lo presentamos, sin tener idea de cómo hacer eso, y ganamos. No nos la creíamos”, recuerda Natalia emocionada, hablando de esa primera beca en la que propusieron, a través de recorridos por San Cristóbal, hacer un reconocimiento de las plantas aromáticas, medicinales, y la tradición oral campesina que se tenía acerca de eso. “De ahí salieron dos libros, uno de la memoria oral de las familias campesinas de aquí y otro que se llama líderes y liderazgos, que es como de líderes reconocidos del corregimiento”, agrega.
A pesar de que les implicó sacar dinero de sus propios bolsillos para llevarlo a cabo, ese primer estímulo les trajo mucha alegría y la motivación para seguir presentando propuestas, siempre en relación con los temas que los mueven: las semillas, las plantas y la vida rural. Cada proyecto nace con las becas.
“No es que nosotros tengamos ya la película montada y sabemos qué vamos a presentar. No, depende del enfoque que saquen en las becas nosotros escribimos el proyecto, generamos el contenido. Nos sentamos, ‘tinteamos’ en una cafetería, en la casa de alguno, en el parque o en la acera, donde nos coja la idea y hacemos lluvias de ideas. Escribimos a mano lo que se debe hacer y ya después yo me siento con Ángel o con alguno y empezamos a escribir los objetivos y así desarrollamos el proyecto”, cuenta Natalia.
En 2016 se propusieron crear un banco de semillas popular que pudiera itinerar por la ciudad y permitiera hacer intercambios de semillas tradicionales criollas, libres de transgénicos y agrotóxicos. Nuevamente recibieron el estímulo y se dedicaron a construir ese banco de semillas con lo que se encontraron en el territorio. Hoy el dispositivo donde las preservan es una pirámide de acrílico transparente, creada a partir de pequeñas pirámides que contienen bolsas marcadas con la fecha de recolección, el nombre, la clase y la familia a la que pertenece cada planta.
Natalia desarma la pirámide para mostrar las pequeñas bolsas de semillas que guarda como tesoros y agrega: “El banco de semillas va acompañado de un recetario que fue también como el rescate de esa tradición oral con las señoras, los señores y los jóvenes. Las receticas que ellos se sabían y como ellos hacen reinterpretación de lo que es una tradición ancestral, una herencia de las familias”.
Es sábado y Natalia, Don Ángel y otras tres integrantes del grupo montan algunos toldos afuera del Parque Biblioteca para exponer los resultados de sus búsquedas sobre el patrimonio. Matilde Cobaleda es una de esas integrantes. En su toldo se exponen unas réplicas de varias herramientas de uso común de los campesinos, resultado del proyecto con el que se ganaron el estímulo de la Alcaldía de Medellín este año. Arturo Correa, de la vereda La Cuchilla, saluda a Matilde como viejos amigos y reconoce la azada, el azadón y la medialuna hechos a escala para la exposición. “Todo esto todavía lo usamos para cultivar la tierra, no eran sólo de los de antes. Todavía ahorita las usamos”, comenta sonriendo, orgulloso de ver que su labor cotidiana sea reconocida.
“Este año quisimos analizar toda la labor, la gestión y las herramientas de ese ser sentipensante que es el campesino. Hicimos unas réplicas de 30 de las herramientas que pudimos rescatar en el corregimiento a través de entrevistas, referidos, andar en las veredas, hablar con la gente. Fue un ejercicio muy bonito porque también hicimos un taller con los niños y ellos tienen una manera de reinterpretar ese patrimonio de las herramientas. Había una niña que sabía la diferencia entre machete, peinilla y rula. Para cualquier persona el machete, la peinilla y la rula es lo mismo sólo que es un machete más ancho, más cabezón, como normalmente lo piden en las ferreterías, entonces cosas como esas son las que lo motivan a uno a seguir indagando”, comenta Natalia.
Don Ángel asegura que esto se hace por pura pasión. Los recursos económicos de las becas alcanzan solamente para pagar el desarrollo del proyecto en el que se embarcan. Materiales, transportes, refrigerios. Lo demás es ponerle amor. Interés. Cuando piensa en el futuro se imagina compartiendo saberes de las plantas y que cada vez más personas conozcan y se apropien del patrimonio.
Natalia sueña con que los resultados de los proyectos viajen. “Quisiéramos tener como unas tulas viajeras con los dispositivos que ya tenemos, para tener algo museográfico, es como el fin último de todos estos dispositivos que hemos creado con las becas”, concluye.
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